miércoles, 21 de octubre de 2020

DANIEL MENDOZA Y LA CALABOCEÑIDAD PERENNE Autor: Adolfo Rodríguez

          

Las ciudades poseen una identidad a punta de un cincelaje a partir de un habitat intransferible. Un silencioso tejido, enigmáticamente acorde, que gestan adelantados atraídos por candiles como esos de la sabana .Sea la Villa de Nuestra Señora de Todos los Santos de Calabozo con sus peripecias raigales narradas por su aeda L. G. Castillo Lara. Que en el siglo XIX alza incontables señales que representan dos figuras cimeras que concentran e irradian los más significativos componentes de esa configuración sociocultural. Digo de Daniel Mendoza y Francisco Lazo Martí, como mástiles de una esencialidad que deriva de lo auténtico citadino en un doble haz de realidad y símbolo. Dos luminarias que alumbran esos senderos, transitados por tantos y convoca para ese desarrollo sostenible de la heredad.

Dos hechos básicos se entretejen y, a veces, distancian, en esa gesta calaboceña: la llaneridad y la ganadería. Ambas coincidentes en un punto de convivencia creadora, interfecundante, libertaria, festiva. Una fragua buena que tuvo, por mucho tiempo, como radiante escenario el mundo del hato. 

Hablo de llaneridad como esa cultura alternativa centrada en el  trabajo de llano como poiesis de hombre a caballo en la sabana. Aunado, generalmente, a una ganadería en la que el riesgo, la sobriedad, la fiesta, se juntan en diálogo fecundo día a día: captura, amansamiento, cría y disposición de vacunos, equinos y otros para autoconsumo o comercialización.

Convergencia de arte y modalidad productiva, usualmente factible cuando el factor económico convive con esa “poesía del desierto” que nombra Humboldt. Continua y persistente cuando el factor productivo (propietario) o comercial (mercaderes) se inteligencian en ese estado del alma allí bullente.      

 Tuvo sus adversarios en el poder represivo o la exacerbación del factor clasista, con sus extremismos en forma de monopolios, desmesurada apropiación, contrabando y bandolerismo. Bemoles que comenta Humboldt.. 

La familia de Daniel Mendoza aparenta inclinada a esa identidad con la tierra: propietarios, extienden sus intereses hacia los más remotos ámbitos llaneros (el sur calaboceño, las islas, el Apure). Sin que dejen de ser víctimas de una de las más abruptas tergiversaciones experimentadas por la historicidad llanera: el fenómeno “Boves”. Un desliz derivado de una falta de perspectivas por parte de la hegemonía colonial como por parte de la oligarquía que se esmera en sustituirla. Se subestima la convivencia como el volcán represado en  la servidumbre silente y los riesgos de cualquier praxis ejercida a contraviento de los pactos societarios prudenciales.          

Cabe, pues, evaluar la insurgencia bovista o bovera a partir de sus consecuencias para el ecosistema llanero y su cultura. Responsabilidad que comparten jefes realistas y republicanos.

Las etnicidades actúan abiertamente o son recesivas y perviven, aunque sea en el recuerdo. Laten, subsisten, amenazan con reaparecer. Y he allí esa voluntad reanudadora que se desprende de los testamentos de los abuelos Santiago García y Juancho Mendoza y del padre Sacramento Mendoza. Y ese eje de la reconstrucción urbana a la medida de un aura emanada de los campos: Don José Ramón García, tío de Daniel, no obstante las numerosas propiedades, edifica al rescoldo de esa resilencia de admirable legitimidad. 

Daniel Mendoza se forma en esa escolaridad de intercambios con un pasado más de faena que de armas, más de buena reláfica que de improperios. Lenguaje cauteloso, contemporizador y amable, que se filtra en su poesía y relatos. Parte de esa intelectualidad convencida, con ejemplos y buena tónica, de que José Antonio Páez representaba una referencia confiable para la república que se anhelaba. Concilia cualidades prexistentes con las emergentes. Un rescatable aporte colonial con una liberalidad discreta que se expresaba en ciencias, instituciones, estilos, técnicas. Progreso a punta de esfuerzo y buen talante. Y Mendoza, sin descuidar sus estudios en Ciencias Políticas, se informa sobre literatura contemporánea, mientras subviene a sus necesidades pecuniarias. Realiza actividades comerciales: vende bestias: caballos, mulas de silla y mulas de carga.  Las ofrece en la calle de Zea, casa número 198, a “precios equitativos”. Es del gremio de los criadores, que constituye sector influyente en aquella Caracas de los cuarenta del siglo XIX. De modo que acaloramientos patrióticos o desengaños sentimentales se atenúan en conversas sobre costos o cualidades de los ejemplares en venta:


- Caramba¡, ya lo creo; pero vuélvase a  apartar, Doctor, ¡mire esa carreta ¡ (¡Ese buey palomo, choooó! Marchantes, - ¿Compra carbones?) ¡Ah lucero!. Mire, doctor, aquélla ojos negros, pelo negro, ... ésa. ¡Candela y qué buena pata debe tener! ¡Mire cómo pisa en la piedra, ni se tropieza, ni pierde el golpe! Tienen todas las condiciones.

- ¡Sepamos, Palmarote, cuáles son esas condiciones!

- Ancas, Pecho, siete cuartas, suave de boca, y güen movimiento ¿No correrá con la silla, Doctor?

- Pero entendámonos, Palmarote, ¿habla usted de mujeres o de caballos?

Suscribe pronunciamientos de la nata y crema de Caracas a favor de los candidatos paecistas, protesta insurgencias del naciente liberalismo y, cumplidos los 19 años de edad, el 14 de  julio de 1842,  es de los que concurren a la casa del señor Carlos Machado para respaldar la candidatura de Carlos Soublette a la presidencia de la República. 

Tiene ideas sobre la educación de la nueva generación y agudeza crítica, aderezada de sobrio buen humor.

- “No soy exclusivista, ni defiendo tampoco la causa de los viejos; defiendo sólo la verdad, la razón, la justicia. Estoy muy lejos de pensar que sólo las canas pueden dirigir el mundo, porque el talento y la virtud son las grandes palancas que lo mueven.  Pero mientras la primavera de la vida venga acompañada del poco tino y del casi ningún juicio, mientras la temprana juventud siga siendo sinónimo de locura, le negaré toda participación activa en la sociedad: presente títulos, presente buenas credenciales y la reconoceré”.

          Entre tales residencias: la de Juan José Vaamonde, que congrega notables que administran la política nacional y detentan latifundios y reses. El objeto: constituir una sociedad “con el fin de poner en ejercicio todos los medios que se crean a propósito para levantar la industria ganadera del estado de postración en que se encuentra”.  Designan presidente  al señor de la casa y secretario a Sanojo. Ratificados el 5 de enero de 1844. Y de vicepresidente José Santiago Rodríguez, quien hizo de juez en Calabozo y estimulaba a Mendoza, a quien designan luego vice-secretario. 

La experiencia que sirve a Mendoza para promover instituciones cívicas semejantes  como la Sociedad de Criadores de Calabozo, de la que resulta Secretario y redactor de documentos en los que se enfrenta al régimen. Se encontrará  en San Fernando de Apure, cuando allí se instale una similar.  

Desde entonces Daniel Mendoza no se desprende de una habilidad escritural que se pone de manifiesto en documentos que suscribe o redacta en defensa de amigos que representan sus ideales. Sin que por ello abandone, en los momentos más críticos de su participación en las tormentas militares y políticas de su época, su convicción en que podía informarse de aquellas circunstancias a través de la obra propiamente literaria, el relato redondo, de principio a fin, como “Palmarote en Apure” y quizá otros que pudo pergeñar. 

Queda en la tradición familiar, sus esfuerzos por establecer puntos de referencia para la configuración de una calaboceñidad, que lo anima y define.                                                       

Hasta 1849 es casi nula la presencia del Llano en su obra. Aunque considero que se hace de un visor por el cual hechos y escenarios caraqueños, lucen advertidos por su percepción regional. Nunca disiente de hábitos de la tierra donde nace y crece. En su poema “Impresiones del Llano” aflora la antinomia llano-montaña: hielo (“aquí), horizonte (“allá) y nostalgia por garzas, palmas, el mugido del toro, el alazano huyendo y “el melancólico tono del llanero”. En tanto que en sus cuadros de costumbres Viernes Santo y Fe de Erratas, hay ligera mención del Llano. 


          Su procedencia llanera facilita que, en la historia de la literatura venezolana, se le diga precursor en aquello de dar “al hombre del pueblo, por primera vez categoría literaria” como afirma Picón Febres, Picón Salas,  Díaz Seijas y Barreota Lara. 


Importa señalar que Mendoza quiso ofrecer un retrato del espécimen, vestidos, modo de ser,  hábitos de vida laboriosa, que informan de su identidad con el personaje y la región. Cierta nostalgia compartida (el horizonte detrás del cerro hace lagrimear a Palmarote). Narrador y personaje quizá la misma persona, por procedencia, identidad política, y obvio uso del actante para opinar. Aunque a veces parece distanciarse de [el>: “¿Qué sería de la sociedad si todos fuéramos arreadores de madrinas?”.


           Las anfibologías le permiten introducir alusiones tanto a la ciudad, como a la mujer, como a la política (esa antinomia de la vida llanera)  Un Llanero en la Capital se inscribe en  la tradición llanera del contrapunto: imágenes llaneras para visualizar negativamente la ciudad (jerrar las casas, casas orejanas, descripción del hato, las sabanas (candela, comedero, luceros, pedrezuelo, “yo no miro hoyo ni palma chiquita”,  sol sabanero, fruta de maraca:  indumentarias (Uña de pavo), expresiones (grisapa), trabajo de vaquerías ( soga en el pescuezo, la mujer enlaza con la mesma serda, en un barajuste de ganao hay nobiyo biejo que ba a tené en el improsulto; nobiya de primer parto,  aperos, malojo, nobiya e rial, la vuelta al cacho, rodeo, suave de boca, mocho rucio, etc.   


BIBLIOGRAFÍA

´RODRÍGUEZ, Adolfo. DANIEL MENDOZA: VIDA, OBRA Y TRIBULACIONES

DE UN ESCRITOR DEL SIGLO XIX VENEZOLANO (Obra inédita).


2 comentarios:

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  2. El Lic.Jose Santiago Rodríguez de Sosa, nieto de Gabriel Sosa de Luz, uno de los dos primeros miembros de la estirpe Sosa en arribar a la Villa de Todos Los Santos de Calabozo(año 1748), don Gabriel, natural de Los Silos, Tenerife, fue padre de Antonio Leonardo de Sosa e Hidalgo, nacido el 28 de junio 1744 en San Diego de Paracotos, se avecindó en Calabozo en el ultimo tercio del siglo XVIII, sucedió a su padre en la atención y administración del hato de ganado mayor que éste fundó en Santa María de La Candelaria( hoy Santa María de Tiznados). Don Antonio Leonardo, casó en Caracas en 1780 con su prima Isabel de La Candelaria Ledesma y Rodriguez, procrearon numerosa prole, toda calaboceña. Don Antonio fue muy importante en la vida politica, economica y social del Calabozo de la epoca. Hermano entero de doña Rita de La Soledad de Sosa e Hidalgo, la madre del Lic José Santiago Rodríguez de Sosa, quien fue un importante Jurista, Politico y Diplomático de la Venezuela del siglo XIX. Su nieto el Doctor José Santiago Rodríguez Rodríguez, Jurista, escritor e historiador, fue miembro fundador de la Academia de Historia de Venezuela.

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