martes, 20 de octubre de 2020

EL MAESTRO ARÍSTIDES PARRA AUTOR: Gladys Vázquez Pinto

                                                                              

En septiembre de 1988 se realizó en la ciudad de Calabozo el Primer Congreso de Escritores Guariqueños, al cual acudieron escritores, poetas y artistas de diversos pueblos del Estado, entre ellos: Parminio González Arzola, Pedro Díaz Seijas, José Antonio de Armas  Chitty, Adolfo Rodríguez, Eulalio Toledo Tovar, Máximo Salazar, Aminta Díaz, Conchita Osío de Bello, Arístides Parra, Rubén Páez, Darío Laguna, Eney Rafael Silveira, Edito Campos, entre tantas otras personalidades destacadas  de las letras guariqueñas.

Yo asistí junto con mis hijas, acompañando a mi esposo Fernando Aular, quien expondría un trabajo sobre los poetas de Tucupido. El poeta don Arístides Parra previamente dictó una conferencia sobre poesía, donde habló de los versos, estrofas, figuras literarias, los tropos; habló de los poetas parnasianos, románticos y modernistas, la cual despertó gran interés entre el numeroso público. En ese entonces no lo conocíamos personalmente, por lo que una vez terminada su intervención nos le acercamos y sostuvimos una hermosa conversación con él, le expresamos nuestro interés por sus poemas de los cuales habíamos leído algunos pocos y le hablamos de nuestra amistad con su hermana la doctora Mará Lourdes Parra y el doctor José Antonio Ron Troconis, esposo de ella, lo que le causó  grata impresión. En sus palabras reflejaba modestia, sencillez y sabiduría.

Aquella tarde en Calabozo tuvimos el placer de dialogar y expresarle nuestra admiración a aquel poeta a quien ya conocíamos por el vuelo luminoso de sus versos, ya que sus poemas aparecían en varias antologías poéticas y sobre todo en el conocido libro, muy leído por los amantes de la declamación, el “Repertorio Poético” de Luis Edgardo Ramírez, donde aparecen los poemas: Rosalía llegó cantando, Décimas del amor transparente, Décimas del bien perdido, Ambiente y Crepúsculo.

En esa oportunidad le manifestamos nuestro deseo de obtener sus libros, algo difícil por tratarse de obras agotadas, verdaderas joyas de colección. Don Arístides nos ofreció enviárnosla. Pensábamos que era un simple ofrecimiento de cortesía, como los que suelen hacer muchas personas sin ánimo de cumplir. Pero al poco tiempo nos llegó un paquete  contentivo de los libros “Banco de brumas”, “El niño de la aljaba” y “Señas en el espejo”. Posteriormente también nos envió “3 poemas” y “Vísperas del crepúsculo”. Ante la belleza de sus poemas nos dimos a la tarea de buscar otras de sus obras y así conseguimos: “Trocha”, “Huella multiforme”, “El arpa conmovida”, “Nostalgia de la égloga”, “Breve eternidad” y la novela “El dios subterráneo.

Luego nos dimos a la tarea de estudiar su vida y sus obras de la cual resultó un opúsculo titulado “Palabras sencillas para un gran poeta” cuyo resumen fue presentado en uno de los encuentros de historiadores y cronistas en Valle de la Pascua.

Cuando hacíamos una investigación sobre los maestros de Tucupido, entre tantos valores encontramos el nombre del poeta Arístides Parra. Lo que nos llevó a consultarlo sobre su magisterio en esa población. Y quien en carta fechada en Caracas, junio del 2003 nos relató lo siguiente:

“Llegué a Tucupido de 22 años de edad, en enero de 1936, investido con el cargo de la Escuela Federal local. El maestro reemplazado, Luis Guglietta Ramos, no sabía nada, pero le mostré mi nombramiento firmado por el ministro de instrucción pública de entonces, Dr. Alber4to Smith y me entregó el cargo. Como era la época de la reacción postgomecista, organicé un ciclo de charlas con participación de la mujer en la activad pública. Como tema escribí la primera charla y la leyó en la plaza la señorita Enma Ponce en las primeras horas de la noche, gracias a una lámpara de gasolina que facilitó Alejandro Rodríguez Guzmán, progresista comerciante local.

En Tucupido sólo tuve tres meses, pues el maestro reemplazado, Guglietta Ramos, un viejo educador local, reclamó al ministerio y le dijeron que había sido un error, que yo había sido nombrado era maestro de una escuela rural en Sabana Larga, un punto intermedio equidistante entre Tucupido y Valle de la Pascua. Pero el nombramiento original decía que era Tucupido. 

Me trasladé entonces a Sabana Larga, donde la escuela funcionaba en la casa del dueño del hato apellidado Rodríguez Díaz o Díaz Rodríguez, residente en Valle de la Pascua. Ante ese panorama no acorde con mis esperanzas juveniles y con motivo de acercarse el 19 de abril, pedí permiso al ministerio, pero me fue negado. En virtud de ello dejé encargado de la escuela a un hijo del dueño del hato. Y me vine a Caracas en busca de nuevos horizontes.

Me quedé definitivamente en Caracas, donde conseguí ser nombrado reportero del diario  “El Heraldo”.  Posteriormente fui electo diputado a la Asamblea Legislativa del Estado, en representación  de Calabozo junto con Emilio Rodríguez. En enero de 1945, en la última década, fui nombrado presidente de la Asamblea, pues el reglamento interno disponía nombrar presidente cada diez días. Sustituí al abogado Saúl Ron Troconis, quien había sido presidente en la segunda década, en su condición de diputado por Zaraza junto con Ernesto Luis Rodríguez. El secretario de la Asamblea era Adolfo Arévalo, hijo del médico gracitano Pedro María Arévalo. 

El presidente del Estado (así se llamaba entonces a los actuales gobernadores), era el poeta y escritor unareño Pedro Sotillo y el Secretario General de Gobierno el médico calaboceño Francisco María Urdaneta, quien hubo de renunciar a su diputación en el Congreso.

Como presidente de la Asamblea me correspondió la honra de firmar el acuerdo aprobado por la diputación, elevando al municipio Tucupido a distrito Ribas, por solicitud de Alejandro Rodríguez y otros prohombres de la sociedad tucupidense. El nombre de Ribas se le dio en memoria del general José Félix Ribas, quien se había refugiado en las vecindades después de la adversa batalla de Urica. Allí por una delación fue aprehendido por los realistas y fusilado por éstos, siendo frita su cabeza en aceite y expuesta en una jaula  en la puerta de Caracas para escarmiento de los patriotas.

Otro dato que puede interesar al amigo Dr. Aular, es un opúsculo que dejó escrito Manuel Tomás Aquino, un escritor de la ciudad. Otras fuentes de inevitable consulta son la Historia del Guárico del recordado compañero y amigo José Antonio de Armas Chitty y el libro “Por el Guárico” del escritor  calaboceño Blas Loreto Loreto.

Esos son los datos que conservo a grandes rasgos en el archivo de la memoria. Se me escapan sin duda otros, por los rigores del tiempo. Un efusivo y cordial abrazo.


            Nació Arístides Parra en Calabozo en 1914. Fueron sus padres Pedro Vicente Parra y doña Josefa María Álvarez. Realizó la educación primaria en su pueblo natal. Ya en su juventud da muestras de sus inquietudes literarias mediante publicaciones en varios periódicos regionales como: “La Llanura”, “El Esfuerzo”, “Panorama” y “El Centauro”. Figura entre los más destacados poetas venezolanos. En la revista “Élite” publicó una sección titulada “La Ciudad y sus duendes”. Además dejó varias obras inéditas, entre ellas: “Asedios nocturnos”, poemas; “Los pies de la vida” y “Biografía de un semejante”.

La poesía del poeta Parra figura con grandes méritos en varias antologías de las letras venezolanas. En los textos de enseñanza de la materia Lengua y Literatura Castellana, sus poemas son de cita frecuente como ejemplo por sus finas metáforas y por la claridad de sus estrofas. Aparecen en varios poemarios dentro de los poemas más declamados y de mayor aceptación por el gusto popular. En la obra “El soneto en Venezuela” de Pedro Pablo Paredes, la cual constituye un estudio profundo y minucioso de este género y recoge lo mejor de la creación poética venezolana al respecto,  figura el soneto “Crepúsculo” del poeta Parra, lo cual es indicativo, dado lo selectivo de la obra, de la gran calidad literaria de nuestro poeta. Fue incluido por Luis Beltrán Guerrero en su Antología de Poetas Actuales de Venezuela, publicada en Yugoslavia en lengua servia y eslovena.

La poesía de Arístides Parra es una consubstanciación de alma, cielo, llano, vida y paisaje. Sus versos están pletóricos de vivencias de la propia tierra llanera: “El cielo es una ola que ha caído” de Lazo Martí y es mar en su propio verso cuando dice: “Este es el mar. Un día por él me fui de viaje a caballo…” Sus poemas reflejan el azul infinito del cielo calaboceño de sus lares nativos, por eso sus versos son claros, pulcros, pero con la agilidad de la vida que florece y se agita en estas tierras llaneras. Y así de ágiles son sus metáforas:

“Detrás de ti el crepúsculo declina

su rosa celestial…”  

Y sutilmente ingeniosas sus imágenes que nos descubren la intensidad emotiva del sentimiento. Así como el crepúsculo es una enorme rosa que declina su pedúnculo hacia el ocaso, así mismo vuela en el viento, tirado de aquí para allá, como una golondrina, el corazón del poeta, en una perfecta imagen emotiva.

               “…………… Tirado al viento

               duda mi corazón de golondrina.

Para luego plasmar la fantasía del verso con la alada ilusión del cielo, pájaro, amor, en la tierna alegoría del peregrino que  regresa; en una sucesión  de imágenes que se conjugan en un todo anímico.

                “Mi corazón que andaba golondrina

                 retorna al tibio alero de tu mano.”

En el año 2004 publica su libro “Vísperas del crepúsculo”, donde utiliza el verso libre. Hacia el   final del libro predomina un contenido premonitor  de ocasos, de crepúsculos y de muerte. ¿Acaso una íntima premonición de sus últimos días? Sus poemas como El mensaje final, Angustia, Sueño crepuscular, El éxodo, Vida escapada y el último poema, el cual le da el título al libro, “Vísperas del ocaso” encierran sensaciones de cansancio y presagios luctuosos de su propia muerte.

“Te digo adiós, vida,

por fatal mandato.

No resiste el cuerpo

tanta carga de años.

Rebosando el borde

se desborda el cántaro:

corren por los valles

los ríos del llanto,

creando la metáfora

de Manrique el clásico,

poeta que, muerto, 

pervive al ocaso,

con sus coplas de oro

en la mar cantando.”


En verdad, el poeta Parra venía padeciendo de una grave enfermedad, pero hasta sus últimos días vivió escribiendo sus poemas. El libro vio la luz en el mes de julio del 2004. Un mes después murió el poeta.

        El mejor libro de Arístides Parra fue su propia vida. Tres  meses duró como maestro de escuela, pero toda su vida fue un gran maestro.

Fuentes bibliográficas:

Trabajos  del Primer Congreso de Literatura Guariqueña

Ramírez, Luis Edgardo.- Repertorio Poético

            Parra, Arístides-  Obras  poéticas

            Parra, Arístides- Carta enviada a Fernando Aular

Paredes, Pedro Pablo- El soneto en Venezuela.

Experiencia y vivencias de la autora.



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