domingo, 19 de diciembre de 2021

Yo, el Profesor… Ponencia: Eduardo López Sandoval

 

Yo, el Profesor… 

Eduardo López Sandoval

Era una muchacha que le di clases, era una muchacha árabe, hija de árabes. Hablaba el castellano a la perfección, y ella tenía una cosa que… muy distinto a los demás muchachos, a los compañeros de clases, que los muchachos hablaban muy coloquial ¡ella no! ella hablaba con corrección, hablaba con propiedad el idioma castellano, ella no decía, no se refería a uno como…

-Proofe… -Si no:

-Pro-fe-sor, cómo es-tá us-ted…  -Por ejemplo:

-Profesor, eso que us-ted dijo en la clase acerca de la in-qui-si-ción en la Edad Media me interesó porque yo estaba leyendo algo relativo a eso, y me interesa Pro-fe-sor; yo leí un libro que habla de los artistas perseguidos por la Iglesia… y se me ocurre Pro-fe-sor, ¿no será eso de la Inquisición un carácter propio del hombre con poderes to-ta-les? Que si bien la Historia lo destaca como propio de la Edad Media, ¿no podríamos decir que es un carácter ajustado al poder político autocrático, dic-ta-to-rial de todos los tiempos?  Explíqueme eso, por fa-vor… ¿Los Gobiernos dictatoriales no son de alguna manera inquisidores de las ideas diferentes a las de ellos? Digo yo, los Gobiernos comunistas, por ejemplo… ex-plí-que-me por fa-vor…

Ella entonces era así todo el tiempo en la clase, iba mucho más allá del tema, estaba siempre buscando más allá, bueno total que ella sacaba  buenas notas, era la mejor en el salón, una muchacha alta, bonita, blanca, blanca, muy blanca, con los ojos oscuros y el pelo negro-negro, lisito, era muy agradable al trato… tenía esa personalidad como muy,… como muy expresiva, como carismática, que deslumbraba, ¡tenía un aura!… Bueno, y era la mejor alumna del salón… un día la muchacha bonita se esfumó, en el segundo o tercer lapso… se desapareció, bueno bien raro que no fue más. Después me enteré por comentarios de los Profesores que se iba a retirar… Un día voy saliendo del Liceo y ella estaba ahí, sentada en uno de los banquitos de la entrada, parece que buscaba algunos de sus papeles, la saludé, la abordé y le pregunté por qué no la había visto más en clases…

-Porque me retiro, Profesor. -Me respondió con su acostumbrada marcada buena pronunciación.

-¿Se muda tu familia, continuarás en otro Liceo…? –Repregunté.

-No Profesor, ya no voy a estudiar más, no voy a seguir mis estudios, me voy a casar.

Ocurrió un momento de interrupción acaso estorbado por algún profesor que pasaba e informó algo, o alguno de los alumnos que quizás preguntaba cualquier cosa, que pasado éste abordé de nuevo a la bonita muchacha:

-Pero es que te puedes casar y seguir con tus estudios, tus notas son muy aventajadas, puedes reintegrarte después de la luna de miel y bien puedes recuperar tu año. Habla con los Profesores, por mí no hay problema alguno, estudias el programa que les di en el inicio del año y seguro salvas la materia… -Romina me siguió viendo a los ojos, pero esta vez acentuando la mirada de sus profundos ojos negros, y me dijo:

-No Profesor, en nuestra religión eso no se puede hacer. La mujer cuando se casa tiene que consagrase a su esposo.

Ese mismo día jueves, serían las seis y media de la tarde noche, cuando tuve que ir a buscar a mi hermana a la peluquería, cuál no sería mi sorpresa cuando al entrar estaba ella esplendorosa, con su traje de novia, como la de cualquier cristiana, de sublime blanco, la misma muchacha árabe que era en un solo cuerpo la más bonita y también la más inteligente de Liceo. Pero el traje de novia multiplicaba por mil su aventajada belleza. A Romina la peluquera sin esfuerzo especial alguno le hacía un peinado de reina, en uno de los muy breves momentos que estos últimos arreglos permiten, le comenté:

-¿Quién será el dichoso hombre que esta noche desposará a la niña más bonita de este pueblo?

-Lo mismo me pregunto, Pro-fe-sor, yo no lo conozco, aún no ha llegado para la boda…

Hoy era jueves otra vez, que casualidad, en la mañana de hoy se iba a saber si Romina estaba muerta, si aparecía viva después de supuestamente encontrar su mano derecha cortada de forma limpia, como el corte de un cirujano a la altura de la muñeca de su brazo. Esto era presunto, era lo que se comentaba en este pueblo chiquito que con estos inusitados hechos de sangre se hacía un infierno grande, ante la desinformación y la desaparición cierta de la joven, en el pueblo se hacía una telaraña de conjeturas tejida por la araña de la inocencia colectiva de esta pequeña ciudad, que por primera vez, quizás desde los actos homicidas de Guardajumo y Boves, se sentía impactada por un hecho de sangre de esta magnitud. Se decía que habían encontrado la mano derecha de la joven y hermosa muchacha árabe, pero al no encontrar el cuerpo y no saberse nada de él, el pueblo cifraba esperanzas en que fuere encontrada viva. Quizás no muchos habían leído los pormenores de las andanzas de estos bandidos que asolaron hace casi doscientos años estas tierras llaneras de Calabozo, pero seguro en el inconsciente colectivo estaba este recuerdo que nos habla de la maldad que algunos de nuestros congéneres humanos guardan muy dentro de sí: Guardajumo y Boves se sentían en la memoria del pueblo que se aglomeraba en la Calle Bolívar. Se contaba que el hermano menor había confesado ante las autoridades judiciales que investigaban la desaparición de la chica el lugar donde habían enterrado la mano blanca, se especulaba que mediante torturas…

-¡¿Cómo sería la paliza?! –Se vociferaba en las calles de Calabozo.

Un jueves, en una de las  calles de la ciudad colonial, hecha con las milimétricas cuadrículas españolas, que era la calle de la tienda del musiú, como de forma despectiva el pueblo se refería a estos extranjeros que no permitían que el amor entre una mujer de su extraña religión pudiera realizarse con un venezolano, en este caso preciso con un llanero de estas tierras, que todos los habitantes de esta Mesa de Calabozo no sólo lo sentían como uno de los suyos, más que eso, los jóvenes varones en especial sentían que Gustavo era cada uno de ellos, estaban enardecidos. Se sentía un ambiente como de gasolina derramada, propicia para el incendio cuando sólo ocurriera una chispa. Este jueves se concentró la gente buscando noticias acerca de la sobrevivencia de Romina, aún con una mano mutilada, o de los pormenores de su posible muerte. Se contaba que el hermano menor, que no había soportado la sesión de torturas, dizque había dicho que en la repartición de la tarea de castigar a su hermana por avergonzar a su familia a él le había correspondido, por decisión del jefe de familia, su padre, llevar la mano que habían metido en un frasco de alcohol para su conservación y enterrarla en un lugar hacia el Este, el oriente, que es la orientación del lugar de las tierras originarias de esta familia árabe. Se decía que esta mano la habían conservado así para luego llevarla al lugar de sus orígenes. Dizque confesó el hermano menor que no sabía de la muerte o no de su hermana. Que a medianoche fueron y desenterraron la mano, que estaba en algún solitario lugar en las inmediaciones de la llamada Las Taguaras, zona roja o de tolerancia donde tenían un legal desempeño las prostitutas de la ciudad. Había pasado un poco más de cuatro meses desde que ocurrió el particular hecho, que en la noche de bodas de Romina se fue de luna de miel con un hombre diferente al novio del casamiento.  Romina y su particular actuar junto a su pareja aún eran noticia de portada en esta Villa de Todos los Santos de Calabozo. Se cuenta que los padres de la hermosa joven desde el Terminal de Los Mereyes, con los pasajeros que viajaban hacia San Fernando de Apure, que tenían como parada obligatoria a la población de Corozopando, repetidas enviaban falsas noticias a la joven que vivía con su informal pareja en este poblado. Que después de semanas de resistir los pedidos de asistencia de la hija a su madre, que presumible estaba en el lecho enferma, en estado de extremaunción, al fin cedieron, y la pareja decidió que la hija visitaría a su madre por uno o dos días máximo, pero al cabo de una semana de ausencia de Romina el amante Gustavo decidió venir a Calabozo y denunciar la desaparición ante las autoridades. Se cuenta que detenidos por la policía los tres varones de la familia, el padre y los dos hijos, al interrogarlos de forma individual uno de ellos -el menor- había confesado que sólo sabía el lugar donde estaba enterrada la mano derecha, que no sabía qué pudieron hacer con el cuerpo, incluso no podía decir si estaba muerta y las condiciones en que podía encontrarse de estar viva, que la habían golpeado por deshonrar a la familia. Lo recto de las calles permite ver a lo lejos, a la distancia de siete u ocho cuadras, o más, -dependiendo de la calle que escojas para mirar-, que toda la población de Calabozo camina hacia el corazón de su sentir que es la hermosa Romina y su posible sobrevivir al trato de tortura que le dio su familia, que llegó, supuestamente, hasta el extremo de cortarle la mano derecha. Sólo los vehículos que venían entrando a la ciudad, que seguro los que recién llegaban no sabían los pormenores de este sangriento hecho, no paraban en el centro del mundo de esta ciudad colonial que era la Calle Cinco, o Bolívar,  con Carrera Siete. ¿Estará viva? Nos preguntábamos todos, unos con la preocupación que se evidenciaba en el tono de su voz y otros más o menos lo decían con el tono del sarcasmo sádico que es contenido intrínseco de una pequeña porción de la humanidad. Todos venían, se enteraban de los dimes y diretes de los hechos y a su vez traían sus propias versiones, y la agregaban a un caldo que a todas luces cultivaba la violencia en contra de los dos hermanos y el padre de Romina, que se tenían como los autores del hecho de sangre, que no se sabía dónde los tenía la policía que hacía las investigaciones. Algunos de los viandantes comentaban que los habían traído a la casa que era también la tienda de los musiúes en horas de  la madrugada, otros al contrario decían que a esas horas se los habían llevado, posiblemente para los lados donde estaban desenterrando la mano blanca. La versión de la mano derecha cortada era sólo eso, una versión que nadie confirmaba.

Con más o menos coherencia se formaban grupos de entre media docena y una decena y hasta un poco más de vecinos con irregular continuidad cuando desde el amanecer iban y venían, se dejaba ver que en los grupos uno de ellos –un varón- llevaba la voz cantante, se convertía en el centro físico de la reunión y se evidenciaba que era también el centro de las decisiones que tomaban para vengar la muerte violenta de la hermosa muchacha. Yo me eternizaba desde antes de salir el sol en la esquina, nuestra constante permanencia sé que era motivo para los que iban y venían, muy en la espesura de la baja voz seguro se expresaban maledicentes acerca del Profesor soltero que se preocupaba en demasía por su hermosa alumna.

Los árabes como cultura y estas calles hechas con la perfecta poligonal de sus calles, trazadas a cordel, y la presunta muerte violenta con el descuartizamiento del cuerpo de la hija, que hasta ahora no estaba demostrado,- lo que sí estaba confirmado son los hechos que significaban la decisión del padre, sin tomar en cuenta la opinión de la hija, para que se concertara el matrimonio de ésta con un desconocido-, era motivo y tiempo para la siguiente  reflexión, que por supuesto no compartí con ninguno de los vecinos fisgones.  Por cerca de ochocientos años esta cultura árabe posó su pie conquistador en la península española, poniendo el color arábigo a  una acrisolada cultura que está presente en el trazado a cordel de estas calles con sus medidas exactas determinadas por miles de años de cultura arquitectónica arábiga, la misma cultura que hoy nos traía este jueves de sangre que desentonaba con las paredes de sus coloniales casas que paradójicamente también tenían la huella de la cultura árabe. El perfecto trazado de las calles de la cultura árabe había llegado a Calabozo por gestión de los conquistadores españoles, pero a partir de la naciente República este simple dibujar en un plano las cuadras, las cuadriculas que eran los solares donde debían ir las casas de los vecinos, y las calles, ha sido por completo olvidado por estos nuevos republicanos que somos los habitantes de esta ciudad que hoy vagan fervorosos sedientos de venganza por la muerte violenta e injusta de una joven bonita como este lluvioso mes de agosto. Las calles y casas del Calabozo que ha crecido son desordenadas como su gente, como anárquica fue la formación de la gente para buscar gasolina con una chispa para incendiar la casa de Romina, de la que habían hecho también su sarcófago tapiándola con cemento en una de las paredes. 

La puerta de la tienda que también era la casa de Romina no sólo estaba de forma hermética cerrada, dos uniformados estaban apostados desde el amanecer en la entrada. Tampoco ellos entraron, sólo los de la policía judicial entraban y salían con el sombrío apresuramiento de la muerte en sus rostros. Después de cinco o seis horas en la esquina me aposté unos metros más al oeste, más cerca de la puerta, donde me pudo parecer que iba a estar un poco más lejos de los hechos violentos que las evidencias nos indicaban que se preparaban. Que ya traen el cuerpo se rumoró. Esto no me parecía, si la habían encontrado muerta lo que tenía algún sentido era que la llevaran para la morgue, pero…

Un vehículo alemán de los que llaman escarabajo cruzó la esquina, la informalidad propia de un vehículo como éste, no usados para cuestiones oficiales como los que esperábamos, pudo hacer pensar que no traía información de gran interés, pero que luego de comerse la flecha de la calle con esa particular forma de comedida violencia que ostentan los humanos que transitan seguros de detentar la razón y se haya detenido frente a la casa de la noticia, hizo cambiar las expectativas. Se detuvo exacto frente a mí, el conductor por sus atuendos civiles dejaba ver que era un miembro del cuerpo judicial que llevaba la investigación. El policía que no tenía acompañante frenó el vehículo con el ímpetu suficiente que hizo carraspear los neumáticos con las piedrecillas de la calle de cemento, apenas el carro detenerse abrió la puerta completamente, se colocó a una distancia y en un ángulo que me permitió ver su voluminosa barriga y quizás pude curiosear cualquier otra cosa que llevara en el vehículo alemán de poco tamaño, pero había prioridades; inclinó su voluminoso cuerpo hacia el asiento del pasajero de donde tomó un envase de por lo menos cuatro o cinco litros, de cristalino vidrio, tomó el gran frasco y lo colocó de un tirón que significó el girar de su cuerpo por lo menos en treinta grados desde el asiento de su lado derecho hasta el borde de su barriga que exacta coincidió con el volante del vehículo alemán para completar un plano perfecto para colocar el frasco translúcido, el líquido se movía al compás aún del frenazo del Volkswagen escarabajo, movimiento que se completó con la energía que le dio el gordo policía cuando llevó apresurado la carga hasta su barriga. El líquido cristalino se movía dentro del botellón no menos transparente. Y dentro de éste, lo que sólo yo podía advertir por el ángulo y la cercanía en que me encontraba dentro del centenar de fisgones, pude ver la mano abierta de Romina: blanca, blanca, muy blanca como es ella, esta fría mano no me decía nada de su cabello negro, de su perfil de Diosa perfecto y menos dejaba oír su no menos perfecta forma de decir:

-Pro-fe-sor.

El tiempo de detenerse a no más de los centímetros de estatura de la hermosa Romina del lugar donde estaba parado y el momento en el trasvasar la puerta para que se oyera el estruendoso chasquido de su cerrar después de su paso, no pudo ser, dado lo diligente que se presentaba el policía, de no más de un minuto, quizás mucho menos. Pero la escena marcó mi vida por siempre, desde ese día, como consecuencia de la impresión, me ha pasado por siempre, que en los momentos en los que existe la necesidad de asistir a un herido yo me inmovilizo, por mandato de este recuerdo presumo que no puedo moverme, esto por siempre y ante cualquier circunstancia de emergencia médica donde se supone que el joven varón debe prestar de forma voluntaria su colaboración para con sus congéneres, como cuando hay un accidente de tránsito con heridos o fallecidos, yo de por vida en estos casos no puedo moverme desde que la mano de Romina desde el más allá como un espectro flotó para saludarme con un adiós. Aún para estos momentos no sabíamos de la certeza de la vida o muerte de Romina, y de acuerdo con la información que después se diseminó, los policías que llevaban la investigación tampoco. Se cuenta que los interrogados, que estaban aún en la casa -como después supimos, no pudieron seguir manteniendo su versión que decía que Romina se había ido para Corozopando tres o cuatro días antes, ante la presencia de la mano cantaron como dicen en estos llanos. Luego de desprendida la mano descuartizaron su cuerpo y lo tapiaron con cemento en una pared vertical hasta la altura que Romina presentaba cuando erguida me dijo la última vez que la vi en el Liceo que:

-Casarse es con-sa-grar-se al esposo. La mujer sólo vive para el marido. 

Los pocos segundos que transcurrieron entre el momento en que vi la mano bambolear en el frasco sobre el plano que hacía la barriga y el volante fueron como el tiempo de una década para los espacios de la capacidad de mi memoria. Como los espacios de un siglo ha ocupado ese pequeño transcurrir entre el momento en que el funcionario puso su pie izquierdo sobre la tierra, el frasco cristalino bien sujeto por las dos gordas manos fueron de inmediato sobre su rodilla izquierda que ya tenía en el suelo de la Calle Bolívar de Calabozo. Luego con marcado esfuerzo pero no menos rápido puso su rodilla derecha al lado de la otra y sobre este plano que hicieron sus dos piernas ahora descansó por la más pequeña fracción de un segundo el frasco con la mano blanca que no se aserenaba en su afán de decir adiós. Luego se irguió como un espadachín, pero que en lugar de la espada empuñada para apuntar al frente hizo un plano con su mano derecha para sostener hacia el cielo el frasco cristalino con la mano blanca. Como un mesonero puede llevar su carga de licor y hielo pronto a libarse. En el tiempo más pequeño en el que pudiéramos decir que el apurado  policía se detuvo, con su carga sobre su mano derecha, extendida plana como una bandeja, ocurrió la despedida, Romina me dijo adiós.

 

 

 

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