Yo, el
Profesor…
Eduardo López Sandoval
Era una muchacha que le di clases, era una muchacha árabe, hija de árabes. Hablaba el castellano a la perfección, y ella tenía una cosa que… muy distinto a los demás muchachos, a los compañeros de clases, que los muchachos hablaban muy coloquial ¡ella no! ella hablaba con corrección, hablaba con propiedad el idioma castellano, ella no decía, no se refería a uno como…
-Proofe… -Si no:
-Pro-fe-sor, cómo es-tá us-ted… -Por ejemplo:
-Profesor, eso que us-ted dijo en la clase acerca de
la in-qui-si-ción en la Edad Media me interesó porque yo estaba leyendo algo
relativo a eso, y me interesa Pro-fe-sor; yo leí un libro que habla de los artistas
perseguidos por la Iglesia… y se me ocurre Pro-fe-sor, ¿no será eso de la
Inquisición un carácter propio del hombre con poderes to-ta-les? Que si bien la
Historia lo destaca como propio de la Edad Media, ¿no podríamos decir que es un
carácter ajustado al poder político autocrático, dic-ta-to-rial de todos los
tiempos? Explíqueme eso, por fa-vor… ¿Los Gobiernos dictatoriales no son
de alguna manera inquisidores de las ideas diferentes a las de ellos? Digo yo,
los Gobiernos comunistas, por ejemplo… ex-plí-que-me por fa-vor…
Ella entonces era así todo el tiempo en la clase, iba
mucho más allá del tema, estaba siempre buscando más allá, bueno total que ella
sacaba buenas notas, era la mejor en el salón, una muchacha alta, bonita,
blanca, blanca, muy blanca, con los ojos oscuros y el pelo negro-negro, lisito,
era muy agradable al trato… tenía esa personalidad como muy,… como muy
expresiva, como carismática, que deslumbraba, ¡tenía un aura!… Bueno, y era la
mejor alumna del salón… un día la muchacha bonita se esfumó, en el segundo o
tercer lapso… se desapareció, bueno bien raro que no fue más. Después me enteré
por comentarios de los Profesores que se iba a retirar… Un día voy saliendo del
Liceo y ella estaba ahí, sentada en uno de los banquitos de la entrada, parece
que buscaba algunos de sus papeles, la saludé, la abordé y le pregunté por qué
no la había visto más en clases…
-Porque me retiro, Profesor. -Me respondió con su
acostumbrada marcada buena pronunciación.
-¿Se muda tu familia, continuarás en otro Liceo…?
–Repregunté.
-No Profesor, ya no voy a estudiar más, no voy a
seguir mis estudios, me voy a casar.
Ocurrió un momento de interrupción acaso estorbado por
algún profesor que pasaba e informó algo, o alguno de los alumnos que quizás
preguntaba cualquier cosa, que pasado éste abordé de nuevo a la bonita
muchacha:
-Pero es que te puedes casar y seguir con tus
estudios, tus notas son muy aventajadas, puedes reintegrarte después de la luna
de miel y bien puedes recuperar tu año. Habla con los Profesores, por mí no hay
problema alguno, estudias el programa que les di en el inicio del año y seguro
salvas la materia… -Romina me siguió viendo a los ojos, pero esta vez
acentuando la mirada de sus profundos ojos negros, y me dijo:
-No Profesor, en nuestra religión eso no se puede
hacer. La mujer cuando se casa tiene que consagrase a su esposo.
Ese mismo día jueves, serían las seis y media de la
tarde noche, cuando tuve que ir a buscar a mi hermana a la peluquería, cuál no
sería mi sorpresa cuando al entrar estaba ella esplendorosa, con su traje de
novia, como la de cualquier cristiana, de sublime blanco, la misma muchacha
árabe que era en un solo cuerpo la más bonita y también la más inteligente de
Liceo. Pero el traje de novia multiplicaba por mil su aventajada belleza. A
Romina la peluquera sin esfuerzo especial alguno le hacía un peinado de reina,
en uno de los muy breves momentos que estos últimos arreglos permiten, le
comenté:
-¿Quién será el dichoso hombre que esta noche
desposará a la niña más bonita de este pueblo?
-Lo mismo me pregunto, Pro-fe-sor, yo no lo conozco,
aún no ha llegado para la boda…
Hoy era jueves otra vez, que casualidad, en la mañana
de hoy se iba a saber si Romina estaba muerta, si aparecía viva después de
supuestamente encontrar su mano derecha cortada de forma limpia, como el corte
de un cirujano a la altura de la muñeca de su brazo. Esto era presunto, era lo
que se comentaba en este pueblo chiquito que con estos inusitados hechos de
sangre se hacía un infierno grande, ante la desinformación y la desaparición
cierta de la joven, en el pueblo se hacía una telaraña de conjeturas tejida por
la araña de la inocencia colectiva de esta pequeña ciudad, que por primera vez,
quizás desde los actos homicidas de Guardajumo y Boves, se sentía impactada por
un hecho de sangre de esta magnitud. Se decía que habían encontrado la mano
derecha de la joven y hermosa muchacha árabe, pero al no encontrar el cuerpo y
no saberse nada de él, el pueblo cifraba esperanzas en que fuere encontrada
viva. Quizás no muchos habían leído los pormenores de las andanzas de estos
bandidos que asolaron hace casi doscientos años estas tierras llaneras de
Calabozo, pero seguro en el inconsciente colectivo estaba este recuerdo que nos
habla de la maldad que algunos de nuestros congéneres humanos guardan muy
dentro de sí: Guardajumo y Boves se sentían en la memoria del pueblo que se
aglomeraba en la Calle Bolívar. Se contaba que el hermano menor había confesado
ante las autoridades judiciales que investigaban la desaparición de la chica el
lugar donde habían enterrado la mano blanca, se especulaba que mediante
torturas…
-¡¿Cómo sería la paliza?! –Se vociferaba en las calles
de Calabozo.
Un jueves, en una de las calles de la ciudad
colonial, hecha con las milimétricas cuadrículas españolas, que era la calle de
la tienda del musiú, como de forma despectiva el pueblo se refería a
estos extranjeros que no permitían que el amor entre una mujer de su extraña
religión pudiera realizarse con un venezolano, en este caso preciso con un
llanero de estas tierras, que todos los habitantes de esta Mesa de Calabozo no
sólo lo sentían como uno de los suyos, más que eso, los jóvenes varones en
especial sentían que Gustavo era cada uno de ellos, estaban enardecidos. Se
sentía un ambiente como de gasolina derramada, propicia para el incendio cuando
sólo ocurriera una chispa. Este jueves se concentró la gente buscando noticias
acerca de la sobrevivencia de Romina, aún con una mano mutilada, o de los
pormenores de su posible muerte. Se contaba que el hermano menor, que no había
soportado la sesión de torturas, dizque había dicho que en la repartición de la
tarea de castigar a su hermana por avergonzar a su familia a él le había
correspondido, por decisión del jefe de familia, su padre, llevar la mano que habían
metido en un frasco de alcohol para su conservación y enterrarla en un lugar
hacia el Este, el oriente, que es la orientación del lugar de las tierras
originarias de esta familia árabe. Se decía que esta mano la habían conservado
así para luego llevarla al lugar de sus orígenes. Dizque confesó el hermano
menor que no sabía de la muerte o no de su hermana. Que a medianoche fueron y
desenterraron la mano, que estaba en algún solitario lugar en las inmediaciones
de la llamada Las Taguaras, zona roja o de tolerancia donde tenían un legal
desempeño las prostitutas de la ciudad. Había pasado un poco más de cuatro
meses desde que ocurrió el particular hecho, que en la noche de bodas de Romina
se fue de luna de miel con un hombre diferente al novio del casamiento.
Romina y su particular actuar junto a su pareja aún eran noticia de portada en
esta Villa de Todos los Santos de Calabozo. Se cuenta que los padres de la
hermosa joven desde el Terminal de Los Mereyes, con los pasajeros que viajaban
hacia San Fernando de Apure, que tenían como parada obligatoria a la población
de Corozopando, repetidas enviaban falsas noticias a la joven que vivía con su
informal pareja en este poblado. Que después de semanas de resistir los pedidos
de asistencia de la hija a su madre, que presumible estaba en el lecho enferma,
en estado de extremaunción, al fin cedieron, y la pareja decidió que la hija
visitaría a su madre por uno o dos días máximo, pero al cabo de una semana de
ausencia de Romina el amante Gustavo decidió venir a Calabozo y denunciar la
desaparición ante las autoridades. Se cuenta que detenidos por la policía los
tres varones de la familia, el padre y los dos hijos, al interrogarlos de forma
individual uno de ellos -el menor- había confesado que sólo sabía el lugar donde
estaba enterrada la mano derecha, que no sabía qué pudieron hacer con el
cuerpo, incluso no podía decir si estaba muerta y las condiciones en que podía
encontrarse de estar viva, que la habían golpeado por deshonrar a la familia.
Lo recto de las calles permite ver a lo lejos, a la distancia de siete u ocho
cuadras, o más, -dependiendo de la calle que escojas para mirar-, que toda la
población de Calabozo camina hacia el corazón de su sentir que es la hermosa
Romina y su posible sobrevivir al trato de tortura que le dio su familia, que
llegó, supuestamente, hasta el extremo de cortarle la mano derecha. Sólo los
vehículos que venían entrando a la ciudad, que seguro los que recién llegaban
no sabían los pormenores de este sangriento hecho, no paraban en el centro del
mundo de esta ciudad colonial que era la Calle Cinco, o Bolívar, con
Carrera Siete. ¿Estará viva? Nos preguntábamos todos, unos con la preocupación
que se evidenciaba en el tono de su voz y otros más o menos lo decían con el
tono del sarcasmo sádico que es contenido intrínseco de una pequeña porción de
la humanidad. Todos venían, se enteraban de los dimes y diretes de los hechos y
a su vez traían sus propias versiones, y la agregaban a un caldo que a todas
luces cultivaba la violencia en contra de los dos hermanos y el padre de
Romina, que se tenían como los autores del hecho de sangre, que no se sabía
dónde los tenía la policía que hacía las investigaciones. Algunos de los
viandantes comentaban que los habían traído a la casa que era también la tienda
de los musiúes en horas de la madrugada, otros al contrario decían
que a esas horas se los habían llevado, posiblemente para los lados donde
estaban desenterrando la mano blanca. La versión de la mano derecha cortada era
sólo eso, una versión que nadie confirmaba.
Con más o menos coherencia se formaban grupos de entre
media docena y una decena y hasta un poco más de vecinos con irregular
continuidad cuando desde el amanecer iban y venían, se dejaba ver que en los
grupos uno de ellos –un varón- llevaba la voz cantante, se convertía en el
centro físico de la reunión y se evidenciaba que era también el centro de las
decisiones que tomaban para vengar la muerte violenta de la hermosa muchacha.
Yo me eternizaba desde antes de salir el sol en la esquina, nuestra constante
permanencia sé que era motivo para los que iban y venían, muy en la espesura de
la baja voz seguro se expresaban maledicentes acerca del Profesor soltero que
se preocupaba en demasía por su hermosa alumna.
Los árabes como cultura y estas calles hechas con la
perfecta poligonal de sus calles, trazadas a cordel, y la presunta muerte
violenta con el descuartizamiento del cuerpo de la hija, que hasta ahora no
estaba demostrado,- lo que sí estaba confirmado son los hechos que significaban
la decisión del padre, sin tomar en cuenta la opinión de la hija, para que se
concertara el matrimonio de ésta con un desconocido-, era motivo y tiempo para
la siguiente reflexión, que por supuesto no compartí con ninguno de los
vecinos fisgones. Por cerca de ochocientos años esta cultura árabe posó
su pie conquistador en la península española, poniendo el color arábigo a
una acrisolada cultura que está presente en el trazado a cordel de estas calles
con sus medidas exactas determinadas por miles de años de cultura
arquitectónica arábiga, la misma cultura que hoy nos traía este jueves de
sangre que desentonaba con las paredes de sus coloniales casas que
paradójicamente también tenían la huella de la cultura árabe. El perfecto
trazado de las calles de la cultura árabe había llegado a Calabozo por gestión
de los conquistadores españoles, pero a partir de la naciente República este
simple dibujar en un plano las cuadras, las cuadriculas que eran los solares
donde debían ir las casas de los vecinos, y las calles, ha sido por completo
olvidado por estos nuevos republicanos que somos los habitantes de esta ciudad
que hoy vagan fervorosos sedientos de venganza por la muerte violenta e injusta
de una joven bonita como este lluvioso mes de agosto. Las calles y casas del Calabozo
que ha crecido son desordenadas como su gente, como anárquica fue la formación
de la gente para buscar gasolina con una chispa para incendiar la casa de
Romina, de la que habían hecho también su sarcófago tapiándola con cemento en
una de las paredes.
La puerta de la tienda que también era la casa de
Romina no sólo estaba de forma hermética cerrada, dos uniformados estaban
apostados desde el amanecer en la entrada. Tampoco ellos entraron, sólo los de
la policía judicial entraban y salían con el sombrío apresuramiento de la
muerte en sus rostros. Después de cinco o seis horas en la esquina me aposté
unos metros más al oeste, más cerca de la puerta, donde me pudo parecer que iba
a estar un poco más lejos de los hechos violentos que las evidencias nos
indicaban que se preparaban. Que ya traen el cuerpo se rumoró. Esto no me
parecía, si la habían encontrado muerta lo que tenía algún sentido era que la
llevaran para la morgue, pero…
Un vehículo alemán de los que llaman escarabajo cruzó
la esquina, la informalidad propia de un vehículo como éste, no usados para
cuestiones oficiales como los que esperábamos, pudo hacer pensar que no traía
información de gran interés, pero que luego de comerse la flecha de la calle
con esa particular forma de comedida violencia que ostentan los humanos que
transitan seguros de detentar la razón y se haya detenido frente a la casa de
la noticia, hizo cambiar las expectativas. Se detuvo exacto frente a mí, el
conductor por sus atuendos civiles dejaba ver que era un miembro del cuerpo
judicial que llevaba la investigación. El policía que no tenía acompañante
frenó el vehículo con el ímpetu suficiente que hizo carraspear los neumáticos
con las piedrecillas de la calle de cemento, apenas el carro detenerse abrió la
puerta completamente, se colocó a una distancia y en un ángulo que me permitió
ver su voluminosa barriga y quizás pude curiosear cualquier otra cosa que
llevara en el vehículo alemán de poco tamaño, pero había prioridades; inclinó
su voluminoso cuerpo hacia el asiento del pasajero de donde tomó un envase de
por lo menos cuatro o cinco litros, de cristalino vidrio, tomó el gran frasco y
lo colocó de un tirón que significó el girar de su cuerpo por lo menos en
treinta grados desde el asiento de su lado derecho hasta el borde de su barriga
que exacta coincidió con el volante del vehículo alemán para completar un plano
perfecto para colocar el frasco translúcido, el líquido se movía al compás aún
del frenazo del Volkswagen escarabajo, movimiento que se completó con la
energía que le dio el gordo policía cuando llevó apresurado la carga hasta su
barriga. El líquido cristalino se movía dentro del botellón no menos
transparente. Y dentro de éste, lo que sólo yo podía advertir por el ángulo y
la cercanía en que me encontraba dentro del centenar de fisgones, pude ver la
mano abierta de Romina: blanca, blanca, muy blanca como es ella, esta fría mano
no me decía nada de su cabello negro, de su perfil de Diosa perfecto y menos
dejaba oír su no menos perfecta forma de decir:
-Pro-fe-sor.
El tiempo de detenerse a no más de los centímetros de
estatura de la hermosa Romina del lugar donde estaba parado y el momento en el
trasvasar la puerta para que se oyera el estruendoso chasquido de su cerrar
después de su paso, no pudo ser, dado lo diligente que se presentaba el
policía, de no más de un minuto, quizás mucho menos. Pero la escena marcó mi
vida por siempre, desde ese día, como consecuencia de la impresión, me ha pasado
por siempre, que en los momentos en los que existe la necesidad de asistir a un
herido yo me inmovilizo, por mandato de este recuerdo presumo que no puedo
moverme, esto por siempre y ante cualquier circunstancia de emergencia médica
donde se supone que el joven varón debe prestar de forma voluntaria su
colaboración para con sus congéneres, como cuando hay un accidente de tránsito
con heridos o fallecidos, yo de por vida en estos casos no puedo moverme desde
que la mano de Romina desde el más allá como un espectro flotó para saludarme
con un adiós. Aún para estos momentos no sabíamos de la certeza de la vida o
muerte de Romina, y de acuerdo con la información que después se diseminó, los
policías que llevaban la investigación tampoco. Se cuenta que los interrogados,
que estaban aún en la casa -como después supimos, no pudieron seguir
manteniendo su versión que decía que Romina se había ido para Corozopando tres
o cuatro días antes, ante la presencia de la mano cantaron como dicen en estos
llanos. Luego de desprendida la mano descuartizaron su cuerpo y lo tapiaron con
cemento en una pared vertical hasta la altura que Romina presentaba cuando
erguida me dijo la última vez que la vi en el Liceo que:
-Casarse es con-sa-grar-se al esposo. La mujer sólo
vive para el marido.
Los pocos segundos que transcurrieron entre el momento
en que vi la mano bambolear en el frasco sobre el plano que hacía la barriga y
el volante fueron como el tiempo de una década para los espacios de la
capacidad de mi memoria. Como los espacios de un siglo ha ocupado ese pequeño
transcurrir entre el momento en que el funcionario puso su pie izquierdo sobre
la tierra, el frasco cristalino bien sujeto por las dos gordas manos fueron de
inmediato sobre su rodilla izquierda que ya tenía en el suelo de la Calle
Bolívar de Calabozo. Luego con marcado esfuerzo pero no menos rápido puso su
rodilla derecha al lado de la otra y sobre este plano que hicieron sus dos
piernas ahora descansó por la más pequeña fracción de un segundo el frasco con
la mano blanca que no se aserenaba en su afán de decir adiós. Luego se irguió
como un espadachín, pero que en lugar de la espada empuñada para apuntar al
frente hizo un plano con su mano derecha para sostener hacia el cielo el frasco
cristalino con la mano blanca. Como un mesonero puede llevar su carga de licor
y hielo pronto a libarse. En el tiempo más pequeño en el que pudiéramos decir
que el apurado policía se detuvo, con su carga sobre su mano derecha,
extendida plana como una bandeja, ocurrió la despedida, Romina me dijo adiós.
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