NO SE PARECE AL MÍO
Germán
Fleitas Núñez
Cada
venezolano tiene su propia imagen del Libertador, como la tiene de Dios, de la Virgen María, de Cristo, de
Guaicaipuro, del Negro Primero o del Conde de Tovar. Es la imagen que hemos ido
construyendo con los años, de tanto mirar sus retratos y oír sus descripciones;
la tenemos atesorada en un rincón de nuestros corazones y probablemente no se
parece a la que atesoran otros, ni al verdadero rostro del héroe. Cada quien
tiene su propio Bolívar, y lo tenemos desde la más tierna edad. Si entregamos a
nuestros niños una hoja de papel y un lápiz para que pinten al Padre de la
Patria, probablemente todos tendrán algunos rasgos en común. Algunos pintarán a
un hombre en un caballo, o con una espada, o una cara con ojos negros, grandes cejas, con bigotes y
patillas. Valdría la pena hacer la prueba en las escuelas.
En
mi caso particular, yo cargo a “mi Bolívar” desde pequeño y en mis ya largos 70
años casi no ha cambiado de rostro. Estudié con interés los 200 retratos del libro de don Alfredo Boulton Pietri; la monumental
obra colombiana de Uribe White y creo haber leído todas las descripciones
publicadas por sus contemporáneos (léanse el Retrato Moral y el Retrato Físico
escritos por Perú de la Croix). Pero a estos estudios que están al alcance de
todos, he añadido “el aire de familia”. Conocí a casi todos los familiares del
Libertador, por el lado de los Bolívar y el de los Palacios. Mis primero amigos
en la lejana infancia consejeña fueron los 8 hermanos Palacios Cabré de la
hacienda “Santa Rosa”, hijos de don Alfredo Palacios de la Madriz, descendiente
directo (bisnieto) de don Feliciano Palacios Blanco, hermano de doña
Concepción.
Bastaría
con ir a la hacienda “El Recreo” y conocer a doña Ana Teresa López de
Ceballos-Palacios, descendiente directísima de don Feliciano y de su esposa Ana
María, la hija del Conde de Tovar, (doña Ana Teresa es la honorable esposa de
don Eduardo Blank Montoya), para saber
cómo era el perfil de Bolívar. Por el lado paterno, conozco a los descendientes
de María Antonia, de Juana y de Juan Vicente.
He invitado a la ciudad muchas veces a doña Belén Liendo Clemente y
Bolívar y a sus 7 hermanas, tataranietas
de María Antonia. Pero recuerdo con
especial cariño a mi profesor de Obligaciones en la U.C.V., el sabio doctor
Oscar Palacios Herrera, quién era “idéntico” a “mi Simón Bolívar”. Mientras
dictaba clases yo lo contemplaba absorto y me trasportaba a la Sociedad
Patriótica o a la Tribuna de Angostura. Él se reía mucho porque de pronto se me
quedaba viendo y me preguntaba: “¿Estás atendiendo a la clase o viendo al
“hombre de las dificultades?” Le respondía: “Estoy atendiendo a la clase”.
Entonces me repreguntaba; “Dime que estoy diciendo yo”. Soltaba la carcajada
cuando yo le decía: “Usted está
diciendo: “Colombianos, si mi muerte contribuye a que cesen los partidos y se
consolide la unión…”
Pero
ahora me doy cuenta de que he pasado la vida equivocado. “Mi Bolívar”, el que
tengo grabado en el corazón, es “más
frentón”, de otro color, tiene el pelo más ensortijado, tiene el labio inferior
más grueso característica de los Palacios, la nariz más perfilada y sobre todo,
tiene los ojos negros, fulgurantes, capaces de paralizar con una sola mirada al
más feroz de sus adversarios.
No
me cabe duda de que ha debido ser como nos lo presentó la ciencia, porque los
“scanners” de los científicos deben ser más confiables que los pinceles de los
magníficos pintores para quienes posó. Confieso mi error.
Pero
si de algo estoy completamente seguro, es de que “ese Simón Bolívar” no se
parece al mío.
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