EL RECADO DE JOSÉ CUPERTINO.
Luis luzardo castellanos
Las tardes en Guasdualito, son tibias como
sus sabanas y suaves como el color de su cielo; se dejan refrescar con la brisa
que viene remolineando desde las selvas de San Camilo entre ríos y luceros que
la acompañan hasta llegar allá. En la noche; el poblado es envuelto por las sombras,
en un delinear de figuras misteriosas que encuentra su cariño entre las
estrellas de la madrugada. Algunas de ellas, al brillar de una forma tan
especial, seducen con su amor, en aquel llano; al pueblo que se asienta en el corazón del
Alto Apure[UdW1] .
Atrapado en
un corral de palmas existenciales, José Cupertino corre los largueros de ese
portón y sale espantado por el vapor del río y del guayabo que le dejó un amor.
Se pone nostálgico al ver partir una encomienda para San Fernando, que seguirá
con canalete a Puerto Miranda, y caminando al Camaguán de sus recuerdos, rumbo
al centro del país.
Se siente humillado al pasar el trapito por la mesa de
los comensales y bebedores de su taberna; además, lleva la soga a rastras, de
un matrimonio con una colombiana bonita, que no terminó de cuajar.
-¡Llévale ésta carta a Juanita, vale! Cuando pases por
Camaguán. – Le dijo al viajero, barajando la pelea de su vida-
Donde le
manda a decir, que la va a buscar a salidas de aguas, y que por su amor se la
va a jugar, con quien tenga que jugársela, para que se vaya a vivir con él. Le
arregla con el encargo de unas letras bonitas algunos versos de amor, y luego
se la da al emisario.
-Para entregárselo en sus propias manos –le dice- De
otra manera me costara la libertad o la vida.
¡Cámara, eso es solamente pa’que lo sepa! ¿Sabe?
Ese recado,
le alborotó el espíritu de nuevo y, ya
no tuvo manera de quitarle la vista al horizonte de llanos y esteros que tenía
por delante, otra vez.
No tanto en
llegar al llegadero de amor que lo tenía bien trochado con ella, sino, el
atravesar esa parte del llano que tenía por delante y pendiente; ya estaba en
mora con la entrega de compases y piezas musicales previamente en encargo con
su espíritu. Además, pendiente de unos romances de corazón viajero, y la
siempre deuda que tenía con su maltrecha sensibilidad, que pedía lo suyo
también.
Era una gran verdad, -pensaba para su propia factura
sentimental-
¡Que le tenían arrinconada el arpa y la inspiración!
¿Quién puede componer un pajarillo, una quirpa, un
carnaval o una zumba que zumba?; si tiene que andar limpiando mesas y
cobrándole a gentes que lo que le importa es la pura miel de la parranda.
¡Carajo!
-¡Estoy que me voy! - se dijo entusiasmado- y tal vez,
llegue antes que el mismo recado.-
Le da una
carta con el bojotico del encargo al caminante, y algunas monedas de
plata, para que se pague el viaje en
correo particular.
Y calcula mentalmente los días que tardará en llegar
la encomienda.
Y a su vez se pregunta:
-¿Cuánto me costará mandar un recado que dure cien
años en llegar a su destino?
-¿A quién le corresponderá recibirlo? después de esos
cien años de distancia:
Yo quisiera preguntar: ¿Qué pasara en el tiempo con mis composiciones,
con mis arreglos, con mi música y mis letras; y si después, por casualidad
alguien se acordará de mí?
¡Devuélvame la
respuesta del recado con quien puedas!
Se dice jugando con su fantasía.
José
Cupertino, es un bohemio; no encuentra acomodo encadenado a un negocio que le
tiene secuestrado el alma, y su humanidad le pide a gritos la sabana…
Seguramente le diría una voz por dentro:
¡Vete, pal ’carajo vale, que la llanura te espera!
¡Para que pases por todos los pueblos que dibuje el
horizonte. Dejando la remonta con tus versos logrados, a quién tenga la bondad
de oírlos y llevándose compases frescos,
en otros, para dejarlos más adelante!
-“Desearía que alguna vez, alguien le tire chamizas de
leña al fogón de la imaginación, y de alguna manera puedan echar lazo a la
caramera de trochas y senderos recorridos por mí. Para atajar los recuerdos y
añoranzas.” En una corraleja de sentimientos y de historias.
¡Aunque sean algunos nada más!
-¿Será posible
que la imaginación de alguien fabrique algunos acordes, y de alguna manera se
pueda preguntar:
¿Qué fue de la vida en ese lejano pasado, y de
aquellos compases de música logrados por un recuerdo distante?
¿Se habrán preguntado alguna vez?
¿Qué quedaría de esa música que tanto alaban, cuando
haya transcurrido el tiempo?
Eso sería
contarle a José Cupertino, entonces, al entregar en esos cien años el recado;
que el bongo de sus composiciones y arreglos musicales se fue rio abajo
por el rio La Portuguesa. Que se fue sin
patrón ni palanquero, sobrevolado por gavilanes en busca de lo que la atarraya
de sus sueños pesco en la vida con sus obras musicales.
La
inspiración de José Cupertino, sus letras y su música, muchas fueron
cachapeadas en el transcurso del tiempo y, lo que tenía dueño, con hierros y
señales, se sumergió en las aguas profundas del recuerdo lejano,
convirtiéndolas luego en folklore.
Veremos lo
que la imaginación nos pueda susurrar al oído. Para crear lo que se tenga que
crear, de aquel punto de vida, lejano en el horizonte.
Tras ese
rastro, con la imaginación puesta en lo posible; haremos lo propio por
encontrarla.
Sería desde luego, un recado que tardaría cien años en
darle respuesta.
***
En los meses
de julio y agosto, se pican los ganados para los médanos altos camaguanenses,
buscando secar las pezuñas y ahuyentar la plaga; respetando los espacios
reclamados por el río La Portuguesa para desbordar su corriente y desparramar
sus aguas como una mano abierta misteriosa hacia las tierras bajas; formando
entonces, la arquitectura de LOS ESTEROS DE CAMAGUÁN.
Ganaderos y
campesinos, de botas y de alpargatas, van concentrando sus reses en vaquerías;
una y otra vez, todos los años, y todos revueltos, hacia las jorobas de
terraplén por encima de la media del agua. Desde ahí, si es necesario, entonces
migrarlo hacia las tierras más altas, rumbeando hacia Corozo Pando.
Cuando el
invierno baja su ímpetu, La Portuguesa recoge su cobija, y ese caudal continúa
rumbo hacia el rio Apure.
Camaguán
tiene ojos para ver pasar infinitos arreos de ganados, rumbo hacia los mercados
del centro, en su ruta desde el Apure, marcando de huellas las sabanas hacia
los caminos de Calabozo, Parapara, Ortiz y Villa de Cura. En ese recorrido, le
pasan por un ladito a los espejos de agua picoteados por las palmas, respetando
los espacios que abrochan el río sobre los esteros.
De la misma
manera, las huellas voltean sus cascos, desde las sabanas tostadas de Calabozo,
hacia las frescas riberas de Isla Apurito y Arichuna en el bajo Apure; cuando
el verano busca lo suyo,… una y otra vez; infinitamente todas pasan nuevamente
por Camaguán.
El día de San
José, del año 1878, nació en Camaguán, José Cupertino Ríos Viña, y se convirtió
en uno de ellos.
Igualmente en
éste teatro encantado, las coplas y los pasajes, lastimeros a veces y alegres
en otras, serán el libro primario de los niños llaneros, al ver pasar los
arreos de ganados siguiendo a los jinetes punteros y dejándose apretar con
otros por la culata, totalmente hipnotizados por las coplas y las canciones.
Ahí creció José Cupertino.
***
Un buen día
José...Se fue arreando las cuerdas del arpa para el bajo Apure, a veranear el
rebaño de sus letras culateados por el genio de su música.
Se puso en manos del arpista Cayetano Silva, y lustró
con él, su vocación; aprendiendo la música que le faltaba, para luego ofrecer
la propia -más pulida- salida de su cabeza y de su alma.
¡Los hombres son iguales que el ganado! - Se habrá
dicho -
Se dejan
hipnotizar por las canciones, y se dejan llevar como arreos, por la llanura y
por los sentimientos.
Así comenzaría su carrera artística, seguramente;
cantándoles al ganado y cantándole a la gente que es lo mismo… A ellos y a la
vida. Unos yendo hacia tierras altas a secar las pezuñas y otros hacia tierras
barridas como centro de bailes, en una noche de joropo amenazante con amanecer.
Creó dos
mundos paralelos; el primero hacia adentro, y el segundo hacia afuera. Uno,
navegando en las sabanas inundables de las emociones, y el otro, de pareja con
el viento. Quedó abierto el canal entre esas dos dimensiones, comunicándose
entre ellas libremente, creando obras musicales que le darían rumbo al folklore
venezolano.
***
¡Allá van!
Dicen al ver
la caravana, compuesta con la comitiva sonora.
Adelante, en
la fila de mulas, los músicos y las mujeres; seguida por los burros con su
carga de instrumentos, barnizados a sol y sombra por el frío de la madrugada, o
del crudo relumbre del mediodía. Luego en la fila van los cuatros; instrumentos
de cuello fino y cuerdas templadas, cruzados en la enjalma, para rematar como
una culebra de cascabel con las maracas sonando en el último burro de la
cola.
El arpista
errante no poseía bienes de fortuna, pues después de sus necesidades, les
estorbaba la riqueza, que chocaba con la otra, que siempre llevaban por dentro.
Comparten todo lo que tienen, por el solo placer de cantar, tocar y componer,
con el acompañamiento de algunos tragos de caña para llegar al amanecer.
Sus mujeres también, tenían que
andar a lomo de mulas, tienen que lavar a costa de río, y tienen también que
recoger leña, preparar la comida y darle amor a su pupilo. Al llegar a las
fiestas, tienen que defender sus hombres de las entusiastas joroperas, que
apuestan sus días por un cambio en la espantosa rutina llanera que le brindan
aquellas soledades que de pronto se convirtieron en fiesta.
***
¡Llegaron los músicos!
Se dijeron en aquel hato:
Venían las mulas y los burros cargados de gente y de
corotos. Parecían galápagos con el caparazón del arpa envuelta en el
poncho.
Al momento,
quedarían rodeados de admiradores y preguntones, por la necesidad de
comunicación, que le restriegan el alma a los seres de aquellos despoblados.
¿Cuándo salieron de Mantecal?
¿Cuantas jornadas hicieron?
¿Hasta cuándo se van a quedar?
¿Qué canciones van a tocar?
Y así, infinidades
de contactos, más que de palabras, de necesidades del espíritu que claman por
comunicación:
-¡Hicimos tres jornadas desde Mantecal!
-Traemos unos pasajes nuevos y coplas de más adentro.
-¡José Cupertino compuso unos pajarillos para la
cumpleañera!
- Pero necesitamos atender las bestias y darles de
comer!
-¡Nosotros también estamos en lo mismo!-
Le
respondieron, buscando soltarse el lazo de la conversa, derrumbando sus
maltrechas humanidades en los chichorros, colgados al llegar al sitio de abre
boca.
A las mujeres les iría un poco mejor:
Estuvieron
atendidas y llevadas por las otras mujeres y muchachas, potenciadas por el
entusiasmo de la parranda.
***
Al llegar a
esos bailes, a orilla de río, tal vez; en aquellos ranchones joroperos, de
patio barrido y varas encarnadas de ternera, siempre darían la bienvenida al
ánimo, que disparaba haciendo sus
mejores tiros.
Entonces, las latas mantequeras con la yuca,
esperarían su turno para la candela. El aguardiente en barricas de 20 litros
que también aguarda sus despuntes en ese
joropo barnizado de entusiasmo.
¡Llegó el
momento! Tanto hombres como mujeres, contando los días y las horas que faltaban
para las fiestas que paralizarían toda la zona de llanos y los alrededores
donde se encontraban. De esa forma, suspenderían los trabajos de ganados y
vaquerías, se recogerían también las atarrayas en ríos y los trabajos de
fundación. Todos pendientes del acontecimiento, tanto el blancaje, como peones;
muchachos y viejos, en el puesto de partida hasta donde aguante el cuerpo. En
uno, en dos, o en tres días de fiesta; o hasta que las voluntades de los más
osados soporten, y el alma de los joroperos llegue de nuevo al cuerpo de donde
salieron.
Ha debido el compositor,
aderezar sus canciones y arreglos armoniosos en su mayoría, durante el viaje a
lomos de mula, por decir en su mejor andar. Con papel y lápiz a puño del puro
pensamiento.
-¡Aquí tienes Juanita, para que le entregues a José
Cupertino! - le dice el anfitrión- donde habría de celebrarse el joropo: ¡Diez
bolívares en monedas de plata, y
arrímense para que coman!
-Y si las cosas marchan bien, al final tendrán otros
tantos. Eso afirmo el éxito del evento -según los músicos- pues venían bastante cortos de plata como
siempre.
Después; la gran caravana
musical, con su plata repartida, seguiría su camino de cascabel, sonando las
maracas en el último burro de la fila; en su transitar hacia el próximo
parrando, a leguas de distancia.
¡Ah carajo!¿ Cuánta gente no le gustaría ensillar una
mula y pegarse de esa cola?
Cuando se
apagaban los candelorios y mechurrios de la última fiesta, se emprendía la
peregrinación para la otra, pudiendo transcurrir varias jornadas. Así entonces,
en las noches de campamento, se encendía la lumbre de su mente; para crear
armoniosas canciones que volarían hasta el cielo, junto el chisporroteo de la
candela que producían figuras en la noche, y reavivaban la imaginación del
caminante para prender también el fuego de sus espejismos.
Al amanecer,
tira la atarraya de los recuerdos, para recoger los momentos vividos. Entonces,
en lo profundo del monte, a orillas de las
barrancas del río, podrá zumbarle nuevamente algo al caldero de la
imaginación y freír algunas tostadas con sus versos.
***
-Carajo José Cupertino– le comenta Manuel Pérez, el
cuatrista
- ¿Y cuándo vamos a descansar, y dejar descansar a los
músicos y a nuestras mujeres?; le dice para referirse a María Laya y a Juanita
Toledo, que además son colcha y cobija con ellos.
-Necesitan reposar, porque te digo una vaina amigo,
contar con ellas, es mucho cuento.
Y era
verdad,… la india María Laya del bajo Apure, no era una mujer rica, pero sí muy
hermosa y trabajadora; lo mismo que Juanita, por lo que cualquier atención era
poca para esas mujeres que también llevaban la semilla del bohemio.
Admitiendo
ese espacio humano en deuda para con ellas, le dijo José Cupertino a Manuel:
- Le vamos a componer una canción, con música y todo;
para darle bastimento a su corazón y reconocimiento a su coraje.
Y así lo hicieron: Salí por el bajo Apure
En
una potranca Baya
Tan solo por conocer,
A la india María Laya.
Cuando
languidecen las noches, y golpea la falta de contratos para tocar, queriendo
animar un baile que no existía, o entonarse un seis por derecho, que más lo
alimentaba a él, que los que lo oían; los sueños eran sustituidos por la sabana
que llevaba dentro de su cabeza, y si le llegaba el día en eso, la imaginación
seguía trabajando y sus manos callosas también, a destajo en faenas y
vaquerías, porque el llanero es llanero y del tamaño del compromiso que se le
presente.
-¿Qué estás haciendo José Cupertino?
Le
preguntarían en una noche de chisporroteo de candela que entibian las
madrugadas frías, en el eterno peregrinar como hombre de los caminos.
-¡Aquí amigo! Enlazando cachilapos en las sabanas de
mis pensamientos.
También sonaba el ensayo musical en esas orillas de
caños, justo en camino hacia un baile de joropo; por esos llanos de Apure, y de
Barinas, también de Guárico, con un inmenso brazo musical y emocional extendido
con el corazón de Colombia, que a decir de los llaneros es lo mismo. Porque es
un solo llano.
Por encimita se le contabilizan 200 composiciones
musicales, que han trascendido en el tiempo y algunas otras 300 que no se han
dejado conocer.
Quedarían
sembrados en las almas, para siempre; los
toques de José Cupertino Ríos, desabrochando los botones que oprimen el
pecho de las parrandas, para luego derramar sus cantares por ese suelo barrido
con escoba dulce, y refrescar la tierra, en ese espacio espiritual donde bailan
las alpargatas. Así en un eterno reciclar de emociones melodiosas, iba
abanicando de aromas, de música y alegrías en aquellos añejos festejos que
siempre se mantenían entusiasmados por la novedad.
***
Se murió José
Cupertino, dicen algunos, que en la indigencia. Un 15 de septiembre de 1945, a
sus 67 años; no pudo ni usar la madera de su arpa para el ataúd, puesto que ya
la había vendido.
Por las calles
de la población de El Samán del bajo Apure, dejó su último aliento.
¡Pero no como
dijo la gente!:
Desde el lomo de una mula castaña, se vio en
un amanecer cruzando un claro de sabana; marchó dándose la mano con el cielo
por una trocha azul y anaranjada. Alborotando al caminar, una bandada de
corocoras formadas como notas musicales en algún estero apureño. Chapoteando
aguas frescas y terrosas va su cabalgadura. Deja atrás, las corrientes oscuras
y peligrosas con las que vivió toda la vida. Va jineteando alegre, al paso, y
es cedido su andar, por los chigüires que se tiran al agua, retumbando al caer como
el bordoneo del arpa. Se oye también un fino sonido, que da fe de una bandada
de patos güiriri para sonar como primas, en esa despedida, ya revuelta con las
nubes llaneras llenas de agua y de viento. En ese eterno tropel de correrías,
volarán las garzas hacia los garceros del pensamiento, y se abrocharán con los
momentos vividos, impulsados con los
brazos de su música y de su letra.
¡Se lleva eso!
Allá continuará
la fiesta con su espíritu.
Después de
haber vivido como quiso: con alegría y con tropiezos; se sentiría contento de
llevarle al mundo la música que marcó un rumbo al folklor venezolano. Se mudó
del llano de afuera, para vivir en todo su esplendor al llano de sus memorias.
Todas, junto con su autor, se fueron a tocar joropos al cielo, donde sigue
siendo inmensamente rico desde aquellas sabanas azules.
Se recibió el recado de José
Cupertino cien años después.
En este viaje imaginario.
Por aquí me llevan preso
Por este camino real
Por una guayaba verde
Que picó mi turupial.
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