domingo, 19 de diciembre de 2021

EL RECADO DE JOSÉ CUPERTINO. LUIS LUZARDO CASTELLANOS

EL RECADO DE  JOSÉ CUPERTINO.

Luis luzardo castellanos

    Las tardes en Guasdualito, son tibias como sus sabanas y suaves como el color de su cielo; se dejan refrescar con la brisa que viene remolineando desde las selvas de San Camilo entre ríos y luceros que la acompañan hasta llegar allá. En la noche; el poblado es envuelto por las sombras, en un delinear de figuras misteriosas que encuentra su cariño entre las estrellas de la madrugada. Algunas de ellas, al brillar de una forma tan especial, seducen con su amor, en aquel llano; al pueblo que se asienta en el corazón del Alto Apure[UdW1] .  

                                                                                                                      

    Atrapado en un corral de palmas existenciales, José Cupertino corre los largueros de ese portón y sale espantado por el vapor del río y del guayabo que le dejó un amor. Se pone nostálgico al ver partir una encomienda para San Fernando, que seguirá con canalete a Puerto Miranda, y caminando al Camaguán de sus recuerdos, rumbo al centro del país.

Se siente humillado al pasar el trapito por la mesa de los comensales y bebedores de su taberna; además, lleva la soga a rastras, de un matrimonio con una colombiana bonita, que no terminó de cuajar.

-¡Llévale ésta carta a Juanita, vale! Cuando pases por Camaguán. – Le dijo al viajero, barajando la pelea de su vida-

   Donde le manda a decir, que la va a buscar a salidas de aguas, y que por su amor se la va a jugar, con quien tenga que jugársela, para que se vaya a vivir con él. Le arregla con el encargo de unas letras bonitas algunos versos de amor, y luego se la da al emisario.

-Para entregárselo en sus propias manos –le dice- De otra manera me costara la libertad o la vida.  ¡Cámara, eso es solamente pa’que lo sepa! ¿Sabe?

   Ese recado, le alborotó el espíritu de nuevo y,  ya no tuvo manera de quitarle la vista al horizonte de llanos y esteros que tenía por delante, otra vez.

   No tanto en llegar al llegadero de amor que lo tenía bien trochado con ella, sino, el atravesar esa parte del llano que tenía por delante y pendiente; ya estaba en mora con la entrega de compases y piezas musicales previamente en encargo con su espíritu. Además, pendiente de unos romances de corazón viajero, y la siempre deuda que tenía con su maltrecha sensibilidad, que pedía lo suyo también.

Era una gran verdad, -pensaba para su propia factura sentimental-

¡Que le tenían arrinconada el arpa y la inspiración!

¿Quién puede componer un pajarillo, una quirpa, un carnaval o una zumba que zumba?; si tiene que andar limpiando mesas y cobrándole a gentes que lo que le importa es la pura miel de la parranda. ¡Carajo!

-¡Estoy que me voy! - se dijo entusiasmado- y tal vez, llegue antes que el mismo recado.-

   Le da una carta con el bojotico del encargo al caminante, y algunas monedas de plata,  para que se pague el viaje en correo particular.

Y calcula mentalmente los días que tardará en llegar la encomienda.

Y a su vez se pregunta:

-¿Cuánto me costará mandar un recado que dure cien años en llegar a su destino?

-¿A quién le corresponderá recibirlo? después de esos cien años de distancia:       

Yo quisiera preguntar: ¿Qué pasara en el tiempo con mis composiciones, con mis arreglos, con mi música y mis letras; y si después, por casualidad alguien se acordará de mí?

 ¡Devuélvame la respuesta del recado con quien puedas!

Se dice jugando con su fantasía.

   José Cupertino, es un bohemio; no encuentra acomodo encadenado a un negocio que le tiene secuestrado el alma, y su humanidad le pide a gritos la  sabana…

Seguramente le diría una voz por dentro:

¡Vete, pal ’carajo vale, que la llanura te espera!

¡Para que pases por todos los pueblos que dibuje el horizonte. Dejando la remonta con tus versos logrados, a quién tenga la bondad de oírlos y llevándose compases  frescos, en otros, para dejarlos más adelante!

-“Desearía que alguna vez, alguien le tire chamizas de leña al fogón de la imaginación, y de alguna manera puedan echar lazo a la caramera de trochas y senderos recorridos por mí. Para atajar los recuerdos y añoranzas.” En una corraleja de sentimientos y de historias.

¡Aunque sean algunos nada más!

  -¿Será posible que la imaginación de alguien fabrique algunos acordes, y de alguna manera se pueda preguntar:

¿Qué fue de la vida en ese lejano pasado, y de aquellos compases de música logrados por un recuerdo distante?

¿Se habrán preguntado alguna vez?

¿Qué quedaría de esa música que tanto alaban, cuando haya transcurrido el tiempo?

   Eso sería contarle a José Cupertino, entonces, al entregar en esos cien años el recado; que el bongo de sus composiciones y arreglos musicales se fue rio abajo por  el rio La Portuguesa. Que se fue sin patrón ni palanquero, sobrevolado por gavilanes en busca de lo que la atarraya de sus sueños pesco en la vida con sus obras musicales.

   La inspiración de José Cupertino, sus letras y su música, muchas fueron cachapeadas en el transcurso del tiempo y, lo que tenía dueño, con hierros y señales, se sumergió en las aguas profundas del recuerdo lejano, convirtiéndolas luego en folklore.

   Veremos lo que la imaginación nos pueda susurrar al oído. Para crear lo que se tenga que crear, de aquel punto de vida, lejano en el horizonte.

   Tras ese rastro, con la imaginación puesta en lo posible; haremos lo propio por encontrarla.

Sería desde luego, un recado que tardaría cien años en darle respuesta.                                                          

***

  En los meses de julio y agosto, se pican los ganados para los médanos altos camaguanenses, buscando secar las pezuñas y ahuyentar la plaga; respetando los espacios reclamados por el río La Portuguesa para desbordar su corriente y desparramar sus aguas como una mano abierta misteriosa hacia las tierras bajas; formando entonces, la arquitectura de LOS ESTEROS DE CAMAGUÁN.

   Ganaderos y campesinos, de botas y de alpargatas, van concentrando sus reses en vaquerías; una y otra vez, todos los años, y todos revueltos, hacia las jorobas de terraplén por encima de la media del agua. Desde ahí, si es necesario, entonces migrarlo hacia las tierras más altas, rumbeando hacia Corozo Pando.

  Cuando el invierno baja su ímpetu, La Portuguesa recoge su cobija, y ese caudal continúa rumbo hacia el  rio Apure.

   Camaguán tiene ojos para ver pasar infinitos arreos de ganados, rumbo hacia los mercados del centro, en su ruta desde el Apure, marcando de huellas las sabanas hacia los caminos de Calabozo, Parapara, Ortiz y Villa de Cura. En ese recorrido, le pasan por un ladito a los espejos de agua picoteados por las palmas, respetando los espacios que abrochan el río sobre los esteros.

   De la misma manera, las huellas voltean sus cascos, desde las sabanas tostadas de Calabozo, hacia las frescas riberas de Isla Apurito y Arichuna en el bajo Apure; cuando el verano busca lo suyo,… una y otra vez; infinitamente todas pasan nuevamente por Camaguán.

   El día de San José, del año 1878, nació en Camaguán, José Cupertino Ríos Viña, y se convirtió en uno de ellos.

   Igualmente en éste teatro encantado, las coplas y los pasajes, lastimeros a veces y alegres en otras, serán el libro primario de los niños llaneros, al ver pasar los arreos de ganados siguiendo a los jinetes punteros y dejándose apretar con otros por la culata, totalmente hipnotizados por las coplas y las canciones. Ahí creció José Cupertino.

                                                                   ***

    Un buen día José...Se fue arreando las cuerdas del arpa para el bajo Apure, a veranear el rebaño de sus letras culateados por el genio de su música.

Se puso en manos del arpista Cayetano Silva, y lustró con él, su vocación; aprendiendo la música que le faltaba, para luego ofrecer la propia -más pulida- salida de su cabeza y de su alma.

¡Los hombres son iguales que el ganado! - Se habrá dicho -

    Se dejan hipnotizar por las canciones, y se dejan llevar como arreos, por la llanura y por los sentimientos.

Así comenzaría su carrera artística, seguramente; cantándoles al ganado y cantándole a la gente que es lo mismo… A ellos y a la vida. Unos yendo hacia tierras altas a secar las pezuñas y otros hacia tierras barridas como centro de bailes, en una noche de joropo amenazante con amanecer.

   Creó dos mundos paralelos; el primero hacia adentro, y el segundo hacia afuera. Uno, navegando en las sabanas inundables de las emociones, y el otro, de pareja con el viento. Quedó abierto el canal entre esas dos dimensiones, comunicándose entre ellas libremente, creando obras musicales que le darían rumbo al folklore venezolano.  

                                                                ***

¡Allá van!

   Dicen al ver la caravana, compuesta con la comitiva sonora.

   Adelante, en la fila de mulas, los músicos y las mujeres; seguida por los burros con su carga de instrumentos, barnizados a sol y sombra por el frío de la madrugada, o del crudo relumbre del mediodía. Luego en la fila van los cuatros; instrumentos de cuello fino y cuerdas templadas, cruzados en la enjalma, para rematar como una culebra de cascabel con las maracas sonando en el último burro de la cola. 

     El arpista errante no poseía bienes de fortuna, pues después de sus necesidades, les estorbaba la riqueza, que chocaba con la otra, que siempre llevaban por dentro. Comparten todo lo que tienen, por el solo placer de cantar, tocar y componer, con el acompañamiento de algunos tragos de caña para llegar al amanecer.

   Sus mujeres también, tenían que andar a lomo de mulas, tienen que lavar a costa de río, y tienen también que recoger leña, preparar la comida y darle amor a su pupilo. Al llegar a las fiestas, tienen que defender sus hombres de las entusiastas joroperas, que apuestan sus días por un cambio en la espantosa rutina llanera que le brindan aquellas soledades que de pronto se convirtieron en fiesta.

                                                                         ***

¡Llegaron los músicos!

Se dijeron en aquel hato:

Venían las mulas y los burros cargados de gente y de corotos. Parecían galápagos con el caparazón del arpa envuelta en el poncho.  

  Al momento, quedarían rodeados de admiradores y preguntones, por la necesidad de comunicación, que le restriegan el alma a los seres de aquellos despoblados.

¿Cuándo salieron de Mantecal?

¿Cuantas jornadas hicieron?

¿Hasta cuándo se van a quedar?

¿Qué canciones van a tocar?

   Y así, infinidades de contactos, más que de palabras, de necesidades del espíritu que claman por comunicación:

-¡Hicimos tres jornadas desde Mantecal!

-Traemos unos pasajes nuevos y coplas de más adentro.

-¡José Cupertino compuso unos pajarillos para la cumpleañera!

- Pero necesitamos atender las bestias y darles de comer!

-¡Nosotros también estamos en lo mismo!-

 Le respondieron, buscando soltarse el lazo de la conversa, derrumbando sus maltrechas humanidades en los chichorros, colgados al llegar al sitio de abre boca.

A las mujeres les iría un poco mejor:

   Estuvieron atendidas y llevadas por las otras mujeres y muchachas, potenciadas por el entusiasmo de la parranda.

                                                                 ***

  Al llegar a esos bailes, a orilla de río, tal vez; en aquellos ranchones joroperos, de patio barrido y varas encarnadas de ternera, siempre darían la bienvenida al ánimo, que  disparaba haciendo sus mejores tiros.

Entonces, las latas mantequeras con la yuca, esperarían su turno para la candela. El aguardiente en barricas de 20 litros que también aguarda sus despuntes  en ese joropo barnizado de entusiasmo.

   ¡Llegó el momento! Tanto hombres como mujeres, contando los días y las horas que faltaban para las fiestas que paralizarían toda la zona de llanos y los alrededores donde se encontraban. De esa forma, suspenderían los trabajos de ganados y vaquerías, se recogerían también las atarrayas en ríos y los trabajos de fundación. Todos pendientes del acontecimiento, tanto el blancaje, como peones; muchachos y viejos, en el puesto de partida hasta donde aguante el cuerpo. En uno, en dos, o en tres días de fiesta; o hasta que las voluntades de los más osados soporten, y el alma de los joroperos llegue de nuevo al cuerpo de donde salieron.

  Ha debido el compositor, aderezar sus canciones y arreglos armoniosos en su mayoría, durante el viaje a lomos de mula, por decir en su mejor andar. Con papel y lápiz a puño del puro pensamiento.

-¡Aquí tienes Juanita, para que le entregues a José Cupertino! - le dice el anfitrión- donde habría de celebrarse el joropo: ¡Diez bolívares en monedas de plata,  y arrímense para que coman!

-Y si las cosas marchan bien, al final tendrán otros tantos. Eso afirmo el éxito del evento -según los músicos-  pues venían bastante cortos de plata como siempre.

  Después; la gran caravana musical, con su plata repartida, seguiría su camino de cascabel, sonando las maracas en el último burro de la fila; en su transitar hacia el próximo parrando, a leguas de distancia.

¡Ah carajo!¿ Cuánta gente no le gustaría ensillar una mula y pegarse de esa cola?

   Cuando se apagaban los candelorios y mechurrios de la última fiesta, se emprendía la peregrinación para la otra, pudiendo transcurrir varias jornadas. Así entonces, en las noches de campamento, se encendía la lumbre de su mente; para crear armoniosas canciones que volarían hasta el cielo, junto el chisporroteo de la candela que producían figuras en la noche, y reavivaban la imaginación del caminante para prender también el fuego de sus espejismos.

   Al amanecer, tira la atarraya de los recuerdos, para recoger los momentos vividos. Entonces, en lo profundo del monte, a orillas de las  barrancas del río, podrá zumbarle nuevamente algo al caldero de la imaginación y freír algunas tostadas con sus versos.

                                                                  ***

-Carajo José Cupertino– le comenta Manuel Pérez, el cuatrista

- ¿Y cuándo vamos a descansar, y dejar descansar a los músicos y a nuestras mujeres?; le dice para referirse a María Laya y a Juanita Toledo, que además son colcha y cobija con ellos.

-Necesitan reposar, porque te digo una vaina amigo, contar con ellas, es mucho cuento.

   Y era verdad,… la india María Laya del bajo Apure, no era una mujer rica, pero sí muy hermosa y trabajadora; lo mismo que Juanita, por lo que cualquier atención era poca para esas mujeres que también llevaban la semilla del bohemio.

   Admitiendo ese espacio humano en deuda para con ellas, le dijo José Cupertino a Manuel:

- Le vamos a componer una canción, con música y todo; para darle bastimento a su corazón y reconocimiento a su coraje.

Y así lo hicieron:                     Salí por el bajo Apure

                                                En una potranca Baya

                                                Tan solo por conocer,

                                               A la india  María Laya.

   Cuando languidecen las noches, y golpea la falta de contratos para tocar, queriendo animar un baile que no existía, o entonarse un seis por derecho, que más lo alimentaba a él, que los que lo oían; los sueños eran sustituidos por la sabana que llevaba dentro de su cabeza, y si le llegaba el día en eso, la imaginación seguía trabajando y sus manos callosas también, a destajo en faenas y vaquerías, porque el llanero es llanero y del tamaño del compromiso que se le presente.

-¿Qué estás haciendo José Cupertino?

   Le preguntarían en una noche de chisporroteo de candela que entibian las madrugadas frías, en el eterno peregrinar como hombre de los caminos.

-¡Aquí amigo! Enlazando cachilapos en las sabanas de mis pensamientos.

También sonaba el ensayo musical en esas orillas de caños, justo en camino hacia un baile de joropo; por esos llanos de Apure, y de Barinas, también de Guárico, con un inmenso brazo musical y emocional extendido con el corazón de Colombia, que a decir de los llaneros es lo mismo. Porque es un solo llano.

Por encimita se le contabilizan 200 composiciones musicales, que han trascendido en el tiempo y algunas otras 300 que no se han dejado conocer.

   Quedarían sembrados en las almas, para siempre; los  toques de José Cupertino Ríos, desabrochando los botones que oprimen el pecho de las parrandas, para luego derramar sus cantares por ese suelo barrido con escoba dulce, y refrescar la tierra, en ese espacio espiritual donde bailan las alpargatas. Así en un eterno reciclar de emociones melodiosas, iba abanicando de aromas, de música y alegrías en aquellos añejos festejos que siempre se mantenían entusiasmados por la novedad. 

                                                                 ***

  Se murió José Cupertino, dicen algunos, que en la indigencia. Un 15 de septiembre de 1945, a sus 67 años; no pudo ni usar la madera de su arpa para el ataúd, puesto que ya la había vendido.

 Por las calles de la población de El Samán del bajo Apure, dejó su último aliento.

 ¡Pero no como dijo la gente!:

    Desde el lomo de una mula castaña, se vio en un amanecer cruzando un claro de sabana; marchó dándose la mano con el cielo por una trocha azul y anaranjada. Alborotando al caminar, una bandada de corocoras formadas como notas musicales en algún estero apureño. Chapoteando aguas frescas y terrosas va su cabalgadura. Deja atrás, las corrientes oscuras y peligrosas con las que vivió toda la vida. Va jineteando alegre, al paso, y es cedido su andar, por los chigüires que se tiran al agua, retumbando al caer como el bordoneo del arpa. Se oye también un fino sonido, que da fe de una bandada de patos güiriri para sonar como primas, en esa despedida, ya revuelta con las nubes llaneras llenas de agua y de viento. En ese eterno tropel de correrías, volarán las garzas hacia los garceros del pensamiento, y se abrocharán con los momentos vividos,  impulsados con los brazos de su música y de su letra.

¡Se lleva eso!

 Allá continuará la fiesta con su espíritu.

    Después de haber vivido como quiso: con alegría y con tropiezos; se sentiría contento de llevarle al mundo la música que marcó un rumbo al folklor venezolano. Se mudó del llano de afuera, para vivir en todo su esplendor al llano de sus memorias. Todas, junto con su autor, se fueron a tocar joropos al cielo, donde sigue siendo inmensamente rico desde aquellas sabanas azules.

 

   Se recibió el recado de José Cupertino cien años después.

                                                                                         En este viaje imaginario.                        

                                             Por aquí me llevan preso          

                                              Por este camino real

                                             Por una guayaba verde

                                             Que picó mi turupial.


 [UdW1]


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