domingo, 19 de diciembre de 2021

UNA PROCLAMA PARA EL OLVIDO Emilio Arévalo Braasch.

 

UNA PROCLAMA PARA EL OLVIDO

 

El 17 de febrero de 1818, apenas horas de haber concluido la batalla de El Sombrero, el Libertador reúne su ejército en las afueras de la población y pronuncia una vibrante proclama que se ha tergiversado en cuanto a intención se refiere, cuando en verdad es un angustioso llamado a la sindéresis.

Quiere Bolívar completar la faena pero sus comandantes de caballería no logran entenderlo y prefieren rebelarse apelando a la inacción. Su objetivo no es otro que perseguir y aniquilar al fugitivo y maltrecho ejército realista que ha perdido sus mejores tropas montadas y su más eficiente columna de infantería en la jornada del 12 de febrero de 1818 en Calabozo, además de las numerosas bajas sufridas el día anterior, 16 de febrero, en la batalla  de El Sombrero.

Bolívar ya conoce el propósito de los jefes de la caballería llanera de no  querer efectuar la vital persecución del enemigo que huye, aduciendo una supuesta necesidad  de remontar unas cabalgaduras que casi no han combatido  el  día anterior por lo escabroso y elevado de las posiciones defensivas  españolas. Es una continuación del desconocimiento de su autoridad iniciada por Zaraza antes de su derrota en La Hogaza, el 2 de diciembre de 1817, y luego seguida por lo ocurrido en El Rastro al retirarse Páez sin permiso del campamento y dirigirse con sus tropas al Calabozo  abandonado por Morillo en su escape durante la noche del 14-15 de febrero de 1818. Episodio que luego se complementaría  con una discusión estéril entre ambos jefes  una vez ocupada la ciudad y que no hace sino retardar la persecución  y favorecer la fuga del Pacificador de Tierra Firme hacia El Sombrero.

Se escapan los realistas  por la vía de Barbacoas  y a Bolívar  solo le queda el recurso de su palabra convincente para dar caza al fugitivo y obtener así una gran victoria destinada a cambiar el curso de la guerra y limitar su duración.  Analicemos  parte de su alocución y encontraremos en ella términos que pueden apuntalar lo expresado en líneas precedentes: “Un ejército de hombres  libres, valiosos y vencedores, no puede encontrar resistencia; la victoria marcha delante de nosotros y Venezuela verá rendirse o perecer a sus crueles conquistadores. Llaneros, vosotros sois invencibles, vuestros caballos, vuestras lanzas y esos desiertos os librará de la tiranía. Vosotros  seréis libres a despecho  del imperio español.” 

Veamos por partes, “Un ejército de hombres libres, valiosos y vencedores, no puede encontrar resistencia…” ¿Resistencia de quien, de los realistas que huyen o de sus comandantes rebeldes que impiden el triunfo?  Enseguida  dice: “…la victoria marcha delante de nosotros…”  Nos preguntamos, ¿Quién marcha delante de nosotros?  No hay dudas, Morillo y sus desmanteladas fuerzas. Basta alcanzarlas para que “…Venezuela verá rendirse o perecer a sus crueles conquistadores.”  El resto de la proclama es la exaltación final que se inicia con “… Llaneros vosotros sois invencibles…” Todo está dicho allí en ese grito desesperado del término de la alabanza. No será escuchado y  la oportunidad se difumina. Morillo  se aleja y la excusa de la remonta pierde fuerza.

En la guerra la rebelión se considera un acto de traición y se castiga con la pena de muerte. La campaña de 1817-1818 estuvo plagada de esas infames  acciones; la autoridad del Libertador no estaba consolidada aún y la rebelión y  fusilamiento de Piar era un episodio  reciente. 

Decretar “Día de la llaneridad o del llanero” la fecha en que  la rebeldía  es protagonista y dañina, no es buena idea. Busquemos otros pasajes heroicos, hay muchos, quizás demasiados. El que se propone encierra excesivas máculas y está reñido con esa casta indómita que cuando despierta, asombra. 

La batalla de El Sombrero, acción intrépida en su desarrollo e indecisa en su resultado final, no merece ese colofón del día posterior causado por una interpretación no adecuada de la proclama de la jornada del diecisiete.  Se plantea, razonablemente, una necesaria  revisión de los dos días de la llaneridad  existentes  en el estado Guárico.  

El del 17 de febrero de 1818, ya descrito y señalado como inconveniente en el párrafo anterior, tiene su contraparte en el del 29 de abril, sin fecha precisa, decretado por quien fungía como gobernador del Guárico, vicealmirante Rodríguez Chacín. Se escogió ese día porque se inician las primeras  lluvias  y la sabana reverdece.  Vale la pregunta, ¿y si no llueve por una limitada sequía que envuelve el día 29 de abril o se desata el fenómeno de La Niña que prolonga la carencia de lluvia por largo tiempo?  Se somete esta decisión al azar de un fenómeno meteorológico que como tal carece de data puntual. Nada comparable con el, por ejemplo, escogido en el estado Apure:  el día que se reunió  la asamblea en la aldea de Setenta para decidir el destino del Ejército Libertador:  marchar hacia Caracas adentrarse en territorio neogranadino, cruzar los Andes y tomar posesión del fuerte y rico virreinato de la Nueva Granada. Se escogió esta última opción y ahora constituye el Día de la Llaneridad de Apure, donde se inició la libertad de la América del Sur. Toda una fecha resaltante que enaltece  y da lustre a nuestra historia.

Proponemos de seguidas  estos dos episodios  para escoger un día de la llaneridad  guariqueña  adecuado y de realce:

1) El 16 de febrero de 1818, fecha en que efectúa la batalla de El   Sombrero,  confrontación sangrienta de resultado indeciso. Pablo Morillo, quien burla el cerco patriota en Calabozo, se apodera de las alturas de la población y ofrece tenaz resistencia a los repetidos intentos republicanos por desalojarlo de su zona defensiva.  La llegada de la noche impide continuar la contienda y Morillo aprovecha  la oscuridad para comenzar su retirada en dirección a Caracas o a los valles de Aragua.

2)  12 de febrero de 1818, acción de guerra en las inmediaciones de Calabozo. Derrota  de Pablo Morillo quien se ve obligado a refugiarse tras los muros de la población  por la pérdida de toda su caballería y su mejor columna de infantería.

Al realizar un análisis más exhaustivo de este hecho bélico, hemos llegado a las conclusiones que siguen.  Si bien la primera derrota del jefe ibérico al invadir Venezuela, luego de pacificar la Nueva Granada, fue la batalla de Matasiete ocurrida el 31 de julio de 1817 en la isla de Margarita, cuando Morillo no puede ocupar esa altura,  defendida con heroísmo por el general Francisco Esteban Gómez. Pronto se rehace e inicia la toma de las poblaciones aledañas a Matasiete, incluida La Asunción, para  aislar a los defensores  del cerro. Al unísono desata un feroz bombardeo naval contra las poblaciones costeras y los baluartes defensivos patriotas como el fuerte de La Caranta. Luego,  toma Juan Griego, la saquea e incendia   y pone sitio al fuerte de La Galera, cuyos defensores resisten con valor. Sin embargo, un hecho inesperado, el estallido del depósito de municiones, los obliga a abandonar  el lugar  y son masacrados en sitio llano cercano a Laguna Salada. Morillo en su parte al rey peninsular reconoce el valor de los combatientes al decir que se comportaron como tigres.

 Sucesos inesperados  provocan  su precipitada salida de esos predios insulares para atender la amenaza:  el triunfo de Manuel Piar en la batalla de san Félix y el consecuente  sitio de Angostura por parte de Bolívar. En ese instante, solo Margarita es provincia libre en manos de los patriotas.

A la conclusión que hemos arribado, después analizar los hechos de guerra anteriormente expuestos, es el siguiente:  la acción de guerra ocurrida en Calabozo el 12 de febrero de 1818, segunda proposición para la escogencia del Día de la Llaneridad en el estado Guárico, es la derrota más contundente que recibe Pablo Morillo durante su actuación en  América.  

Poco conocida, por haber ocurrido un 12 de febrero pero en diferente año que la batalla de La Victoria, ese triunfo de José Félix Ribas ante las huestes españolas  comandadas por Francisco Tomás Morales  soslayó  la importancia del episodio ocurrido en Calabozo;  más todavía  al luchar y sacrificarse en esa lid estudiantes del Seminario y de la Universidad de Caracas, que dio paso a decretarse esa fecha como  “Día de la Juventud.”

Sin ánimo de desatar  vanas polémicas, concluye aquí nuestra intervención. No hemos sino intentado poner orden en nuestra manipulada historia, presentando dos hechos a consideración de quienes pueden resolver el caso. Insistimos sí, que el “Día de la Llaneridad” debe  estar basado  en hechos significativos de nuestro acontecer patrio, tal el ejemplo que hemos escogido para ilustrar este trabajo, el de la reunión en la aldea de Setenta, del estado Apure, impulsora de la campaña neogranadina de 1819.

 El Centro Nacional de Historia ya decidió sobre un prominente episodio de nuestro acontecer histórico, al demostrar que la batalla de Carabobo no selló la independencia de Venezuela.

En manos de la más alta autoridad del Guárico  quedará este caso que nos ocupa.  Tiene usted la palabra, ciudadano gobernador.

                                                 

                                                                      Emilio Arévalo Braasch.


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