CRÓNICA
DE UN LIBRO Y UN POETA
Autor: Fernando
Aular Durant
Érase
una mañana dominical del día 16-10-1983. Radio La Pascua se escuchaba en la
sala. Era el programa de don Mario Casamassima, que con su español italianizado
entrevistaba a un poeta.
Don
Mario, un italiano de la bota siciliana, que por el amor de su novia Tina había
cruzado el gran charco y llegado a Venezuela y a Valle de la Pascua un 22 de
junio de 1956, donde se casó con su ragazza, fundó su hogar y allí se convirtió
en un empresario, contador, locutor radial y luchador social muy apreciado en
el pueblo.
En eso dijo el
entrevistador: – ¡Atencione! A la prima persona qui responda a la siguiente
adivinanza, el poeta qui presente, le regalará un libro. Questa pregunta es un
pensamiento del Libertadore Simón Bolívar. Dice así: Moral y luces son los
polos de una Re…
De inmediato vimos como
nuestra hija María Inés, de apenas 12 años, corrió, tomó el teléfono y llamó –
¡Aló! Moral y luces son los polos de una República.
– ¡Si, Molto bene! Es
correcta su respuesta. Se ha ganado un libro. Díganos su nombre.
– Soy María Inés Aular Vásquez. ¿Cuándo me darán mi
libro?
–Si lo deseas puedes
pasar retirándolo ahora mismo per la Radio.
Nos fuimos a llevar a la
feliz ganadora a la Radio. Ella se bajó y entró corriendo y al poco salió con
una sonrisa esplendorosa y agitando su libro como una bandera de triunfo.
Era apenas un delgado
fascículo de color amarillo verdoso. En la portada, con grandes letras
verticales de color ladrillo se leía: AMAZONÍA y en la parte superior: Alberto
Hernández.
–¿Y cómo era ese poeta?
Le preguntamos.
–Era un señor flaco,
mechudo y barbudo. Me lo dedicó, lo firmó, me lo entregó y… ¡Me dio un beso!
En la primera página
estaba escrita la dedicatoria:
A
María Inés
Niña en poesía
con quien sí es posible
hacer una metáfora en el
tiempo.
Muy cordialmente
Alberto Hernández
La pascua, 16 – 10 –
1983
Nuestra hija lo hojeó y
nos dijo que había unos dibujos muy raros y feos, que no los entendía.
Coincidimos con ella. Esperábamos unos paisajes con selvas y tepuyes. Según la ilustración era de un señor
Ramón Lameda, seguramente un pintor abstraccionista.
En el preludio decía que
la obra “es el regreso a un tiempo de
espesuras, forjado sin apremios, al margen de toda compulsión civilizadora que
degrada la elemental condición del hombre…”
Y concluía afirmando
que: “Amazonía es una aventura auscultada
en los zanjones de la imaginación, decantada con fluidez, ajena a toda
ampulosidad expresiva. Un soplo de poesía para vivir y amarla.”
Tal vez por mi condición
de médico acostumbrado al manejo del estetoscopio, no entendí aquello de
“aventura auscultada en los zanjonales de la imaginación”, pero sabía que los
poetas hablaban en un lenguaje translaticio cuyas imágenes solían ser poco
entendibles para el vulgo.
Por la dedicatoria del
autor a su hija Tatiana, de entrada supimos que el poeta era un quijote, lo que
confirmaba la descripción de nuestra hija: flaco y barbudo, como la creación
cervantina, sin lanza y adarga, pero armado de sueños. Pues él lo decía: “A mi hija Tatiana, quien me ha hecho
quijote”
Era un poemario. 26
poemas. Entonces leímos el primero. Breve. No como aquellas largas odas y
extensas silvas. No, era un poemita. Lo leímos en voz alta.
“Aquí se derrama
verde,
escarlata
íngrima,
la llave de la selva:
intenso y sorpresivo,
nos crecen vientos
en nuestros
límites sonámbulos.”
Confesamos que nos dejó aturdidos.
Acostumbrados a leer poemas de los clásicos, románticos, modernistas, con sus
sonetos de perfectas rimas y métricas; a los criollistas con sus coplas y
décimas vernáculas y de sonoras
consonancias, a nuestros contrapunteadores hábiles rimadores, de repente, aquel
poema vanguardista era así como un cuadro de Picasso ante uno de Sandro
Boticelli, de un Michelena o de Feliciano Carvallo. No era nada fácil aquella
escritura fragmentada, de sintaxis quebrada, de intenso surrealismo, con
imágenes sin aparente conexión lógica. No estábamos preparados para aquellos
poemas. ¿Cómo interpretar aquello de:
“Fetalizar
el hueso
y quemarse de agua.”
Tal vez por el reto de
llegar al mínimo entendimiento, a la más sutil comprensión, llegamos al último
poema, el número 26.
“Tropa de sombras
el veneno extiende
alones,
vuelca
rocío amargo
sobre talones y fiebre.”
El
prologuista, José Antonio Sucre, había expresado que el libro estaba escrito “en lenguaje sencillo, exento de complicidades
metafísicas y de anfibologías tan en boga por los poetas de academias y se
entreteje la estructura del poemario, con un espaciado ritmo interior que
infiere la totalidad.” Siempre hemos
creído que los críticos literarios
suelen ir más al fondo de las letras, al estudio profundo de lo filosófico de
lo sicológico. Justo allí adonde nosotros no llegamos, porque tal vez nos
quedamos en la forma y en nuestros gustos.
Hasta
ahora sabíamos que había un poeta llamado Alberto Hernández, que era flaco, de
pelo alborotado, bigote y barba, que había escrito un libro titulado AMAZONÍA,
que en el prólogo se decía que estaba escrito en lenguaje sencillo y que el mismo autor decía que era un quijote.
Luego
leímos otro libro del mismo autor Alberto Hernández, “ÚLTIMA INSTANCIA”, que a
mí particularmente me gustó por la portada: la bella estampa de unos hermosos
pechos. En la contraportada el autor escribe: “Dicen que lo vieron nacer en Calabozo en 1952. Como no ha hecho nada
importante en esta vida aspira hacerlo en la otra… Sólo se ha dejado crecer el
pelo… por accidente genético ha logrado que algunos libros hayan tenido
reconocimientos… Escribe a media luz y sufre de sinusitis…
Por
todo lo anotado en el libro, supimos que era como un niño travieso y como un
llanero mamador de gallo.
Después
leímos también su libro CAMBIO DE SOMBRAS, por el cual supimos que además de
Tatiana ya estaban también Alberto y Rebeca. Libro de interesantes ensayos
escritos en prosa poética.
Luego
cayó en nuestras manos POÉTICA DEL DESATINO y leímos sus aforismos. Volvimos a su onda poética con su libro
“PÁRPADO DE INSOLACIÓN”
“El vértigo de la arena
entra por ser noche…
Nos
lo volvimos a encontrar en “Poesía hoy en Maracay” junto con un grupo de poetas
cultivadores del vanguardismo, entre ellos: Harry Almela, Rubén Serrano, Jaime
Betancourt, José Antonio Sucre, Vilma
Zamora, Fernando Cifuentes, Miguel Prado, Alberto Salvador Flores, Julio
Jáuregui, Alfredo Fuenmayor y Alfonso Martínez Ramos. Allí escribió nuestro poeta, entre otros poemas:
TIEMPO
Me harto de tus ojos
en esta oscuridad de pieles.
El amor descubre una selva sin tiempo
vuelve a los orígenes.
La pesadilla se hunde y llora
Y
así, de libro en libro conocimos al poeta Alberto Hernández, que así como lo
vio nuestra hija y como se le ve en las fotografías incluidas en sus libros:
flaco, mechudo, barbudo, quijote, medio loco como todos los poetas, travieso
como los niños sanos, ha escrito un
montón de libros con los que ha ganado varios premios y valiosos
reconocimientos; ha participado en eventos literarios nacionales e
internacionales; es poeta, ensayista, cronista y periodista. Y cuando por fin
lo conocimos personalmente en Calabozo, supimos que además es un hombre
sencillo, cordial, de carácter jocundo, buena gente y buen amigo.
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