domingo, 19 de diciembre de 2021

CRÓNICA DE UN LIBRO Y UN POETA Autor: Fernando Aular Durant


                         CRÓNICA DE  UN LIBRO Y UN POETA

 

                                                             Autor: Fernando Aular Durant

 

            Érase una mañana dominical del día 16-10-1983. Radio La Pascua se escuchaba en la sala. Era el programa de don Mario Casamassima, que con su español italianizado entrevistaba a un poeta.

            Don Mario, un italiano de la bota siciliana, que por el amor de su novia Tina había cruzado el gran charco y llegado a Venezuela y a Valle de la Pascua un 22 de junio de 1956, donde se casó con su ragazza, fundó su hogar y allí se convirtió en un empresario, contador, locutor radial y luchador social muy apreciado en el pueblo.

En eso dijo el entrevistador: – ¡Atencione! A la prima persona qui responda a la siguiente adivinanza, el poeta qui presente, le regalará un libro. Questa pregunta es un pensamiento del Libertadore Simón Bolívar. Dice así: Moral y luces son los polos de una Re…

De inmediato vimos como nuestra hija María Inés, de apenas 12 años, corrió, tomó el teléfono y llamó – ¡Aló! Moral y luces son los polos de una República.

– ¡Si, Molto bene! Es correcta su respuesta. Se ha ganado un libro. Díganos su nombre. 

– Soy  María Inés Aular Vásquez. ¿Cuándo me darán mi libro?

–Si lo deseas puedes pasar retirándolo ahora mismo per la Radio.

Nos fuimos a llevar a la feliz ganadora a la Radio. Ella se bajó y entró corriendo y al poco salió con una sonrisa esplendorosa y agitando su libro como una bandera de triunfo.

Era apenas un delgado fascículo de color amarillo verdoso. En la portada, con grandes letras verticales de color ladrillo se leía: AMAZONÍA y en la parte superior: Alberto Hernández.

–¿Y cómo era ese poeta? Le preguntamos.

–Era un señor flaco, mechudo y barbudo. Me lo dedicó, lo firmó, me lo entregó y… ¡Me dio un beso!

En la primera página estaba escrita la dedicatoria:

A

María Inés

Niña en poesía

con quien sí es posible

hacer una metáfora en el tiempo.

        Muy cordialmente

         Alberto Hernández

 

La pascua, 16 – 10 – 1983

 

Nuestra hija lo hojeó y nos dijo que había unos dibujos muy raros y feos, que no los entendía. Coincidimos con ella. Esperábamos unos paisajes con selvas y  tepuyes. Según la ilustración era de un señor Ramón Lameda, seguramente un pintor abstraccionista.

En el preludio decía que la obra “es el regreso a un tiempo de espesuras, forjado sin apremios, al margen de toda compulsión civilizadora que degrada la elemental condición del hombre…

Y concluía afirmando que: “Amazonía es una aventura auscultada en los zanjones de la imaginación, decantada con fluidez, ajena a toda ampulosidad expresiva. Un soplo de poesía para vivir y amarla.”

Tal vez por mi condición de médico acostumbrado al manejo del estetoscopio, no entendí aquello de “aventura auscultada en los zanjonales de la imaginación”, pero sabía que los poetas hablaban en un lenguaje translaticio cuyas imágenes solían ser poco entendibles para el vulgo.

Por la dedicatoria del autor a su hija Tatiana, de entrada supimos que el poeta era un quijote, lo que confirmaba la descripción de nuestra hija: flaco y barbudo, como la creación cervantina, sin lanza y adarga, pero armado de sueños. Pues él lo decía: “A mi hija Tatiana, quien me ha hecho quijote”

Era un poemario. 26 poemas. Entonces leímos el primero. Breve. No como aquellas largas odas y extensas silvas. No, era un poemita. Lo leímos en voz alta.

“Aquí se derrama

verde,

escarlata

íngrima,

la llave de la selva:

intenso y sorpresivo,

nos crecen vientos

en nuestros

límites sonámbulos.”

 

 

  Confesamos que nos dejó aturdidos. Acostumbrados a leer poemas de los clásicos, románticos, modernistas, con sus sonetos de perfectas rimas y métricas; a los criollistas con sus coplas y décimas  vernáculas y de sonoras consonancias, a nuestros contrapunteadores hábiles rimadores, de repente, aquel poema vanguardista era así como un cuadro de Picasso ante uno de Sandro Boticelli, de un Michelena o de Feliciano Carvallo. No era nada fácil aquella escritura fragmentada, de sintaxis quebrada, de intenso surrealismo, con imágenes sin aparente conexión lógica. No estábamos preparados para aquellos poemas. ¿Cómo interpretar aquello de:

“Fetalizar

el hueso

y quemarse de agua.”

 

Tal vez por el reto de llegar al mínimo entendimiento, a la más sutil comprensión, llegamos al último poema, el número 26.

“Tropa de sombras

el veneno extiende alones,

vuelca

rocío amargo

sobre talones y fiebre.”

 

            El prologuista, José Antonio Sucre, había expresado que el libro estaba escrito “en lenguaje sencillo, exento de complicidades metafísicas y de anfibologías tan en boga por los poetas de academias y se entreteje la estructura del poemario, con un espaciado ritmo interior que infiere la totalidad.”  Siempre hemos creído  que los críticos literarios suelen ir más al fondo de las letras, al estudio profundo de lo filosófico de lo sicológico. Justo allí adonde nosotros no llegamos, porque tal vez nos quedamos en la forma y en nuestros gustos.

 

            Hasta ahora sabíamos que había un poeta llamado Alberto Hernández, que era flaco, de pelo alborotado, bigote y barba, que había escrito un libro titulado AMAZONÍA, que en el prólogo se decía que estaba escrito en lenguaje sencillo y   que el mismo autor decía que era un quijote.

            Luego leímos otro libro del mismo autor Alberto Hernández, “ÚLTIMA INSTANCIA”, que a mí particularmente me gustó por la portada: la bella estampa de unos hermosos pechos. En la contraportada el autor escribe: “Dicen que lo vieron nacer en Calabozo en 1952. Como no ha hecho nada importante en esta vida aspira hacerlo en la otra… Sólo se ha dejado crecer el pelo… por accidente genético ha logrado que algunos libros hayan tenido reconocimientos… Escribe a media luz y sufre de sinusitis…

            Por todo lo anotado en el libro, supimos que era como un niño travieso y como un llanero mamador de gallo.

            Después leímos también su libro CAMBIO DE SOMBRAS, por el cual supimos que además de Tatiana ya estaban también Alberto y Rebeca. Libro de interesantes ensayos escritos en prosa poética.

            Luego cayó en nuestras manos POÉTICA DEL DESATINO y leímos sus aforismos.  Volvimos a su onda poética con su libro “PÁRPADO DE INSOLACIÓN”

 

                             “El vértigo de la arena

                               entra por ser noche…

 

            Nos lo volvimos a encontrar en “Poesía hoy en Maracay” junto con un grupo de poetas cultivadores del vanguardismo, entre ellos: Harry Almela, Rubén Serrano, Jaime Betancourt,  José Antonio Sucre, Vilma Zamora, Fernando Cifuentes, Miguel Prado, Alberto Salvador Flores, Julio Jáuregui, Alfredo Fuenmayor y Alfonso Martínez Ramos. Allí  escribió nuestro poeta, entre otros poemas:

                                                          TIEMPO

 

Me harto de tus ojos

en esta oscuridad de pieles.

El amor descubre una selva sin tiempo

vuelve a los orígenes.

 

La pesadilla se hunde y llora

  

            Y así, de libro en libro conocimos al poeta Alberto Hernández, que así como lo vio nuestra hija y como se le ve en las fotografías incluidas en sus libros: flaco, mechudo, barbudo, quijote, medio loco como todos los poetas, travieso como los niños sanos,   ha escrito un montón de libros con los que ha ganado varios premios y valiosos reconocimientos; ha participado en eventos literarios nacionales e internacionales; es poeta, ensayista, cronista y periodista. Y cuando por fin lo conocimos personalmente en Calabozo, supimos que además es un hombre sencillo, cordial, de carácter jocundo, buena gente y buen amigo.

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