miércoles, 20 de septiembre de 2017

XI Encuentro de Cronistas é Historiadores de Venezuela

El próximo Sabado 30 de septiembre, se realizará en Calabozo el XI Encuentro de Cronistas é Historiadores de Venezuela, evento este que desde hace 11 años se realiza en La Villa de Todos Los Santos de Calabozo, organizado por El Grupo de Historia Regional y Local "Efrain Hurtado" de Calabozo y El Ateneo de Calabozo, en esta oportunidad el Encuentro se realiza en homenaje a la Universidad Romulo Gallegos en su XL Aniversario, al Ateneo de Calabozo en su XXXV Aniversario y al XL Anirvesario de la Primera Promocion de Egresados del I.U.T. de Los Llanos.

jueves, 6 de julio de 2017

DISCURSO DE ORDEN NATALICIO DE JOSÉ ANTONIO PÁEZ. EL RASTRO, 13/06/17, pronunciado por El Prof. Ubaldo Ruiz



            Saludos…
            Si se aborda la tarea con suficiente sentido crítico, repasar la vida de José Antonio Páez podría resultar una experiencia no exenta de episodios aleccionadores para quien se proponga asumir la historia de Venezuela como un conjunto coherente de acontecimientos cuyo conocimiento contribuiría a la comprensión de lo que algunos han denominado “el alma venezolana”, es decir, de nuestro comportamiento como pueblo. Pero para ello es imprescindible trascender la imagen –en cierto tiempo muy en boga- que ha pretendido retratar al personaje en cuestión solo como un rústico afortunado, siempre deslucido ante un Bolívar culto, educado, refinado.
            A fin de establecer lazos de identidad entre José Antonio Páez y la nación venezolana es necesario ir más allá de su consideración como el mítico héroe cantado por Eduardo Blanco. Sin dejar de reconocer su condición de guerrero valeroso, de “llanero increíble”, como lo adjetivó Vinicio Romero Martínez en su libro Las Aventuras de José Antonio Páez, en donde este historiador pone al centauro de Curpa a vencer él solito un ejército de realistas en una de las gargantas de la sierra de Mérida; sin obviar su liderazgo en las acciones gloriosas de las Queseras del Medio, de Mucuritas, de El Yagual, de Guasdualito y de Carabobo, entre otras; y sin desconocer su valentía a toda prueba, como lo ejemplifica el tratamiento que le dio, estando ya investido con la máxima magistratura nacional, al bandido Dionisio Cisneros, hecho que mereció del escritor Francisco Herrera Luque su referencia a él como “General, macho y presidente”. Aun teniendo muy en cuenta todos esos conocidos, y justicieramente celebrados, aspectos de la vida de José Antonio Páez, ello no pasaría de ser una simplista y parcial visión acerca de un personaje, que considerado desde una perspectiva menos estrecha podría permitir una reflexión mucho más profunda y completa acerca de lo que hemos sido los venezolanos como nación durante todo el accidentado trayecto nuestra vida republicana.
            Como buenos científicos podríamos intentar una aproximación al Páez estadista a partir de la formulación de preguntas. A raíz de la consolidación de la independencia, Bolívar, al partir para Bogotá a asumir las riendas de la República de Colombia dejó investido a nuestro personaje con el cargo de Comandante Militar de Venezuela. ¿Fueron solo sus “hazañas” militares lo que obró para que Bolívar hiciera este reconocimiento a Páez, aun por encima de otros jefes como Mariño y Urdaneta?, ¿O influyeron otros factores para ello, y para su posterior nombramiento en el cargo de Jefe y Comandante Superior de los Departamentos de Venezuela, Maturín y Orinoco? Habría que considerar que este cargo implicaba la autoridad militar y civil de Venezuela, por encima del general Soublette, inicialmente investido con dicha autoridad en el ámbito civil. También sería útil tener presente que para la segunda investidura ya habían ocurrido los acontecimientos conocidos como la cosiata, en los cuales el general Páez tuvo destacada actuación en contra de la política de unidad colombiana impulsada por Bolívar.
            Francisco Herrera Luque en su celebrado ensayo Bolívar de Carne y Hueso asegura que nuestro Libertador fue “suicidamente clemente con José Antonio Páez” ¿Las comentadas acciones de Bolívar hacia Páez solo respondían a una “clemencia suicida”?, ¿O al reconocimiento bolivariano del liderazgo de Páez sobre el grueso de las tropas con que contaba la República entonces? ¿O acaso percibió Bolívar un ascendiente paecista sobre un ámbito social más amplio que el meramente militar? En 1830, con motivo del establecimiento definitivo de la República de Venezuela José Antonio Páez demostró ejercer un liderazgo efectivo en la sociedad de su época, pero ese liderazgo trascendió al elemento militar. Unos meses antes, en aquella hora decisiva para la suerte republicana del país el jefe de las gloriosas tropas llaneras realizó una significativa convocatoria a los venezolanos, pero no precisamente a los soldados que había acaudillado exitosamente hasta ese momento.
            El historiador Elías Pino Iturrieta afirma que “En su carácter de Jefe Superior, Civil y Militar de Venezuela, el 26 de octubre de 1829 José Antonio Páez llama a cuarenta y cuatro personas.” Algunos de esos personajes los conoce ampliamente la historia nacional, allí estaban, Miguel Peña, Ángel Quintero, Santos Michelena, Fermín Toro, Tomás Lander, Antonio Leocadio Guzmán, Domingo Briceño, Valentín Espinal, entre otros. Ellos iban a constituir poco tiempo después la Sociedad de Amigos del País, institución de carácter privado que tenía entre sus fines el impulso “de la agricultura, del comercio, de las artes, oficios, población e instrucción”. A los integrantes de este conjunto de venezolanos los llama Pino Iturrieta “los notables”. Agrega el nombrado historiador que la convocatoria hecha por Páez constituyó “una solicitud a los talentos de la capital para que estudien los problemas materiales y sugieran las soluciones del caso”.
            El momento histórico ciertamente reclamaba de sus dirigentes ingentes y efectivas soluciones a los graves problemas ocasionados por la recién culminada contienda. El panorama de la economía era desolador, con un aparato productivo seriamente lesionado y necesitado de estímulos para su reactivación. Se requerían recursos financieros que el país, arruinado por la voracidad de las tropas en conflicto, no disponía. Los hombres “notables” convocados por el caudillo que entonces pretendía convertirse en estadista, eran los elementos mejor preparados con que contaba la flamante República. Habían abrevado en la teoría económica que varios de los autores más destacados de la Europa finisecular venían desarrollando.
            Esos destacados personajes de la intelectualidad criolla pudieron manifestar sus ideas en materia de economía política gracias a la libertad de expresión característica del período de deliberación iniciado en 1830, y en ese marco de respeto a la opinión dieron muestras de conocer a los más connotados representantes del pensamiento económico de entonces. El historiador Eduardo Arcila Farías llega a afirmar que “Muchos nombres de pensadores extranjeros, jerarcas de las principales doctrinas, salieron al vasto escenario ideológico para avalar a los contendores, por entonces sólo armados con la pluma o el lápiz del periodismo.” Arcila Farías, historiador especializado en el tema económico, haciendo uso de la autoridad que ello le otorga, asegura que “Tanto los liberales como los conservadores, citan a menudo los autores españoles de la segunda mitad del XVIII, tales como Campillo o Ward, Jovellanos y Campomanes.”
            La España de aquel momento, quizá a despecho de su régimen absolutista, o precisamente por iniciativa de monarcas ilustrados como Carlos III, no se había quedado tan a la zaga de otras naciones del viejo continente en cuanto al desarrollo del pensamiento económico liberal. Aquella fue la época en que se fundó la Cátedra de Economía Política en la Universidad de Madrid, y en la que los citados personajes tuvieron destacada actuación, tanto en el mundo político como en el ámbito académico. Especialmente Gaspar de Jovellanos y el Conde de Campomanes, fueron impulsores de las Sociedades de Amigos del País en la península, además de ocupar altos cargos en el gobierno, y ser autores de obras dedicadas al impulso de la agricultura y la industria, y al el fomento de la instrucción pública.
            En 1830 los venezolanos que decidieron constituir una República separada de la Colombia bolivariana, encabezados por José Antonio Páez, se unieron en torno a un mismo proyecto de país. Pino Iturrieta asegura que “Todos en común con los mandamientos del evangelio liberal, anhelan un gobierno respetuoso de los derechos individuales y del carácter primordial de las propiedades particulares”. Sin embargo, pronto la opinión pública iba a advertir un resquebrajamiento de esa unidad. Cuando se comienza a escindir el grupo primigenio en “liberales” y “conservadores”, se empieza a notar “un contraste muy curioso”, según el decir de Arcila Farías, para quien “contradictoriamente, los liberales son conservadores que a menudo acuden a las anticuadas fórmulas mercantilistas, y cuando dan un paso hacia adelante, se quedan a medio camino de la Fisiocracia.” Opina también este autor que el grupo de intelectuales liderado por Páez era portador de un pensamiento económico más moderno que defendía por ejemplo, “el establecimiento de Bancos que al otorgar préstamos a los agricultores, darían aliento a la producción de nuestros campos, sumidos por entonces en la inactividad y sus pobladores en la mayor pobreza”.
            El balance de la aplicación de esas ideas en la realidad venezolana lo expresa el historiador Tomás Straka cuando afirma que “con esto, hay que ser sinceros, el país echó a andar poco a poco”. Sin embargo, ciertos sectores no estaban conformes con los resultados de esa política económica liberal, y se suscitaron agrias polémicas en torno al tema, principalmente con motivo de la promulgación de la Ley de Libertad de Contratos, mejor conocida como la Ley del 10 de abril de 1834, y de la consecuente Ley de Espera y Quita, enunciada unos años después. Pero en donde el debate adquirió mayor trascendencia en aquellos tiempos fundacionales fue en el ámbito político. A partir de 1840 se funda un sedicente “partido liberal”, que acusaba “contradictoriamente” de conservador al gobierno que Augusto Mijares llamó “el gobierno deliberativo”, pues de acuerdo con este historiador el período inaugurado en 1830 constituyó una “esperanzada deliberación sobre los intereses del país, diariamente expuesta en Congresos y en la prensa”. Este partido “liberal” comienza a abogar por medidas más conservadoras, y lo hace mediante el uso de un estilo demagógico, que a partir de allí se iría imponiendo como sello distintivo del discurso político en Venezuela, con toda su secuela de cinismo utópico, exaltación populista de las clases menos afortunadas de la sociedad, y trágico desengaño ante los reiterados fracasos de la mayoría de los proyectos políticos anunciados y ejecutados dentro de la óptica que tal orientación ha promulgado.
            Considera Tomás Straka que la Constitución de 1830 es una de las pruebas “más contundentes de aquel espíritu liberal”. Allí se estableció, entre otros principios, la división de los Poderes Públicos y el régimen electoral, que negaba la posibilidad de reelección inmediata para el cargo de presidente, y según el cual el voto era de segundo grado y con carácter censitario, recalcando Straka que “Este sistema, si bien el día de hoy se ve como imperfecto, estaba entonces entre los más avanzados del mundo”. En cuanto al funcionamiento de los Poderes Públicos es casi unánime el parecer de los historiadores en considerar su plena autonomía y respeto entre ellos, incluso en el contexto de intensos debates políticos. Pero este sistema de libertades no solo debió enfrentarse al pretendido, paradójico y populista partido “liberal”. Aun antes de constituirse aquella fábrica de hacer demagogia muchos de los héroes de la independencia intentaron dar el primer golpe de estado en el país.
 El historiador Tomás Straka afirma que “Según los principios del liberalismo, el presidente debe ser elegido a través de votaciones limpias, y si no es un civil, por lo menos debe ser un militar subordinado a los civiles” y eso porque “la República la constituyen los civiles, y los militares son tan solo una parte de la misma a la que se le dejan las armas de toda la República para su defensa, no para que la usen para inclinar la balanza del poder a su favor y así gobernar a los demás”. En 1835, cuando culmina la primera presidencia de Páez, éste considera que el mejor candidato para sucederlo es el general Carlos Soublette, quien de acuerdo al parecer de Straka era “acaso el más civilista para aminorar los males”, pues cree difícil que los oficiales del ejército libertador, con sus grandes prestigios y fortunas, “renunciaran a dirigir el país”. Estos soldados lanzan como candidato a la presidencia al General Santiago Mariño, mientras que la Sociedad de Amigos del País y la Universidad Central de Venezuela proponen para el mismo fin al doctor José María Vargas.
Aunque Páez era para entonces la persona con el mayor prestigio militar y político, llegó a expresar que su voto era para el General Soublette, “candidato de quien no tenían derecho a desconfiar los defensores del Poder Civil, y ante quien no podían menos que inclinarse los más renombrados héroes de la independencia”, y aunque en este tema coincidía con el propio Vargas, quien llegó a declarar que carecía de la capacidad para ser presidente, y del “poder moral que dan el prestigio de las grandes acciones y las relaciones adquiridas en la guerra de independencia, poder que en mi opinión, es un resorte poderoso en las actuales circunstancias de Venezuela”, aun así el sistema de instituciones liberales funcionaron, y resultó vencedor, como es sabido, el doctor José María Vargas.
La Historia de Venezuela nos dice que a escasos siete meses de haber sido investido el doctor Vargas con el cargo de Presidente de la República, fue víctima de un golpe de estado perpetrado por los militares de la independencia, por los militares militaristas, en la denominada “revolución de las reformas”, pues proponían reformar algunas cuestiones de la vida nacional, entre ellas, el establecimiento del fuero militar, es decir, del goce de privilegios especiales para los hombres de armas. Al frente de este movimiento estaban entre otros, los generales Mariño, Monagas y Carujo. Ante este atentado el general Páez actúa para que el presidente Vargas se reincorpore a su cargo, aun cuando este, como se anotó antes, no había sido “su” candidato a la presidencia.
Las actuaciones de José Antonio Páez para contribuir al establecimiento de una República moderna y liberal se van a repetir en más de una oportunidad, y aunque al final ese intento fracasará ante la arremetida del militarismo y la demagogia, siempre quedará el ejemplo de un personaje que a pesar de su origen humilde y su formación como jefe de montoneras, no solo interpretó el momento histórico en el que le correspondió actuar, sino que se destacó en la conducta civilista en un país signado por el caudillismo y los regímenes militares. Ante la atrocidad que significó el asalto al Congreso Nacional, ejecutado por turbas estimuladas y controladas por el gobierno de José Tadeo Monagas el 24 de enero de 1848, que Páez calificó como de “horroroso crimen”, el antiguo héroe de “las queseras” se alzará en armas en contra del régimen despótico y nepótico que se cernía sobre Venezuela.
El historiador Manuel Pérez Vila declara que “Al enterarse en su hacienda El Rastro, cerca de Calabozo, de lo ocurrido el 24 de enero, el general Páez lanza una proclama… y se alza en armas contra José Tadeo Monagas”. En Calabozo, el Concejo Municipal, presidido por Pedro Juan Mujica desconoce a Monagas y se une en armas a Páez, lo secundan Hermenegildo Mujica, Luis Viso, Ramón Palacio, Fernando Domínguez, Domingo Polanco, Miguel Cousin, Domingo Hernández, Paulo Camacho y Luciano Hurtado, entre otros; sin embargo fueron derrotados en marzo en el banco de los Araguatos. Es decir, que aquí, entre El Rastro y Calabozo se alzaron las últimas voces para defender el primer ensayo de República civilista y liberal de la Venezuela separada de Colombia.

En palabras de Augusto Mijares, la “esperanzada deliberación” “no volverá a aparecer sino casi un siglo después, en 1936, que es cuando comienzan a estructurarse verdaderos partidos políticos”. En el ínterin el mundo logró otra de las grandes conquistas de la democracia, el voto universal, directo y secreto, establecido en Venezuela desde la constitución de 1947. Visto en perspectiva, el ejemplo civilista de José Antonio Páez adquiere una especial vigencia en estos momentos cuando todos estos temas están en el centro del debate político de Venezuela una vez más.

NO DEJES QUE TUS MUERTOS SE VUELVAN A MORIR CONTIGO, Germán Fleitas Núñez

                                                     

La niña le daba la vuelta completa a la manzana porque eran otros tiempos y no había peligro. Salía a la puerta de la casa y sin bajarse de la acera caminaba hacia la esquina, doblaba a la derecha, recorría toda la cuadra hasta el final; volvía a cruzar, otra vez toda la cuadra, después la otra y por último, derechito sin bajarse de la acera, hasta llegar a la puerta de su casa. Por el camino iba viendo todo, los portones, los zaguanes, los retratos de los santos patronos, las ventanas y las gentes que entraban y salían. Tenía apenas seis años pero grababa todo, como si lo fuera a necesitar más adelante. Un día se fijó en que un anteportón estaba abierto y al fondo se veía, no un jardín sino un bosque con árboles enormes de mangos, mamones, granadas, guayabitas, helechos, cayenas y todo tipo de flores de aire y de tierra. Metió la cabeza y vio jaulas de pájaros, porrones, una fuente cantarina, un corredor larguísimo de ladrillos con pilares blancos, muebles, retratos y al fondo, en un ambiente perfumado con olor a azahares, jazmines y alelíes, sentada en un mecedor de mimbre, una viejecita de cabellos blancos, le hacía señas para que pasara. <Yo me llamo Ana Teresa; y tú cómo te llamas> Yo me llamo Blanquita, pero como estoy vieja me dicen Mamá Blanca. Puedes entrar sin miedo cada vez que tú quieras, siempre tengo dulcitos y estoy sola. Comenzó una amistad que se manifestaba diariamente con visitas, golosinas, finezas, caratos y largas conversaciones. Mucho tiempo después, cuando ya eran amigas, la anciana le hizo un regalo maravilloso. Un rollo de papeles de estraza, cuyas páginas amarillentas, escritas en tinta, con letra pequeña de caligrafía inglesa, estaban atadas con una cinta amarilla desvaída, y le dijo la frase que he copiado para ponerle nombre a esta cónica. <Estos son mis recuerdos. Te los regalo porque cuando me muera los van a botar diciendo: Estas son chochera de Mama Blanca. Pero no los leas hora porque estás muy pequeña. Léelo cuando estés grande y al terminar los quemas. Son solamente para ti.> Y pronunció entonces la frase que más ha inspirado a quienes sin ser historiadores, hemos sentido la necesidad de perpetuar en blanco y negro, la vida de seres que se fueron pero que aún viven en nuestros pensamientos: <Me dolía tanto que mis muertos se volvieran a morir conmigo, que se me ocurrió la idea de encerrarlos aquí, este es el retrato de mi memoria, lo dejo entre tus manos>. Pasado el tiempo llegó la despedida; Blanquita se fue al cielo, Teresa creció, se hizo mujer y un día, reinició el diálogo con su amiga que aunque lejana, estaba entre sus manos, en el legajo. Pudo haber ocurrido entre nosotros, porque venía a Sabaneta en Aragua Arriba, a visitar a su padrino don Fernando Sosa, dueño de la hacienda y padre de Isabelita quién sería Primera Dama de la República por estar casada con el general Ignacio Andrade. Pero Teresa no cumplió la promesa de quemar las memorias sino que las publicó y nos regaló las páginas más hermosas que ha conocido la literatura venezolana. El apellido de Teresa era Parra Sanojo, de ascendientes calaboceños, bisnieta del general Carlos Soublette, segundo presidente de la Venezuela Paecista y héroe de las dos primeras batallas de La Victoria.  Fue la tercera de nuestras grandes Teresas; las dos primeras fueron Teresa Toro y Teresita Carreño García de Sena. Murió en 1936 a sus 46 años, que le fueron suficientes para dejar una obra sólida y alcanzar la gloria de haber sido nuestra más grande escritora, de la misma talla de Rómulo Gallegos.
Pero lo que deseamos destacar ahora,  no es la obra clásica ni la novelesca vida de Teresa, sino la frase de Mamá Blanca que nos invita a inmortalizar a quienes ya se fueron pero sobreviven transitoriamente en ese refugio temporal que es la memoria. Cuantos seres queridos pueblan nuestros recuerdos, se irán definitivamente y para siempre con nosotros. Esos que afloran de repente en las conversaciones, cuando pensamos en ellos o cuando abrimos un álbum de retratos. Familiares o conocidos, o desconocidos, o simplemente imaginados, pero que están allí esperando el adiós definitivo. Ahora nosotros somos los dueños de sus vidas y decidimos si continúan viviendo o si los aventamos al olvido eterno.
Nuestros mayores nos hablaban de los suyos, lo poco que sabían, porque antes no se hablaba de eso, a veces por ignorancia y a veces por vergüenza. Pero todos atesoramos personajes, hechos o lugares que merecen seguir viviendo. Todos recordamos que en las animadas tertulias de nuestros viejos siempre salían a relucir otros viejos que eran los suyos, a quienes no llegamos a conocer pero ellos sí.  Si ellos hubieron decidido retratar sus memorias, sus muertos hubieran llegado hasta nosotros. Pasa igual con las fotos: en La Victoria he visto muchas fotografías cuyos dueños no conocen la identidad de los retratados, porque quienes los conocían ya se murieron y nadie tuvo el cuidado de anotar por detrás, sus nombres.
Llegados a este punto del camino, son de rigor dos invitaciones. A quienes tengan fotos viejas, que las identifiquen escribiendo los nombres de los personajes o lugares y que instruyan a sus descendientes para que los puedan identificar. En caso de querer desprenderse de ellas, donarlas al Municipio o a personas interesadas en el rescate y conservación de nuestra memoria histórica. Y a quienes tengan recuerdos, que los escriban o como decía Mamá Blanca: que los encierren en los retratos de sus memorias.
La historia necesaria no es solamente la de las naciones ni la de los grandes personajes, ni la de las hazañas. También lo es la llamada pequeña historia -nombre que rechazamos porque no hay historia pequeña- la que nos descubre personajes, sitios, costumbres, hechos, acontecimientos insignificantes. Los guestaltistas dicen que en cada una de las partes del todo, está el todo.  Que así como en la gota de sangre que el doctor coloca en el microscopio, está reflejada la totalidad del torrente sanguíneo, en la historia de un acontecimiento local o regional, puede estar reflejada la totalidad de un acontecimiento nacional o universal. Los teóricos de la historia oral dicen que tan importante como el testimonio del ministro, es el del portero del ministro o el del chofer del ministro. En cualquiera de ellos puede estar la clave que nos diga con certeza, lo que ocurrió.
En la microbiografía del abuelo, de la maestra, del familiar modesto y discreto; en la microhistoria de la casa de la esquina, del festejo del vecindario, del torneo deportivo; en la autobiografía o en la conversación de la plaza, está escondida la verdadera historia del pueblo, mejor que en la reseña de una batalla o de una gesta heroica. Todos tenemos algo que contar, de alguien, de algo, de alguna parte o de nosotros mismos. Y tenemos que hacerlo, porque de lo contrario estaremos condenando al olvido a parte de la historia que es como decir, a parte de la vida.  

Nos diría Mamá Blanca: <Si no lo hacemos, estaremos condenando a nuestros muertos a volverse a morir con nosotros>.

sábado, 17 de junio de 2017

EL GRUPO DE HISTORIA REGIONAL Y LOCAL “EFRAÍN HURTADO” DE CALABOZO, FIJA POSICIÓN ANTE LA CONVOCATORIA A ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE FORMULADA POR EL EJECUTIVO NACIONAL

EL GRUPO DE HISTORIA REGIONAL Y LOCAL “EFRAÍN HURTADO” DE CALABOZO, FIJA POSICIÓN ANTE LA CONVOCATORIA A ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE FORMULADA POR EL EJECUTIVO NACIONAL

            1.- La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela consagra en su artículo 5º que la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente mediante el sufragio por los órganos que ejercen el Poder Público, y finalmente señala que los órganos del Estado emanan de la soberanía popular y a ella están sometidos.
Por su parte el artículo 347 de la Constitución establece que el pueblo de Venezuela es el depositario del poder constituyente originario.  Establece igualmente que en ejercicio de dicho poder puede convocar una Asamblea Nacional Constituyente con el objeto de transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva Constitución; y en el artículo 348 establece que la iniciativa de convocatoria la podrá tomar el Presidente de la República en Consejo de Ministros, la Asamblea Nacional por las dos terceras  partes de sus integrantes y por el quince por ciento (15%) de los electores inscritos en el Registro Civil o Electoral.
            Por las razones anteriormente expuestas enmarcadas en el texto constitucional creemos necesario e indispensable para generar un clima de confianza general,  que tanto la convocatoria a Asamblea Constituyente, como el proyecto de Constitución Nacional que surja de ella en caso de instalarse, deban ser consultados al pueblo, como depositario que es de la soberanía, mediante los referendos consultivos correspondientes.
            2.- Consideramos que ante la profunda escisión que existe en la sociedad venezolana caracterizada por una gran polarización entre el sector oficial y la oposición al régimen, el llamado debe ser al dialogo, la concordia y el entendimiento entre los venezolanos, sin distingos de preferencias políticas ni ideológicas, teniendo solo por norte los auténticos intereses de la nación en la búsqueda de soluciones consensuadas a la gran crisis que en todos los órdenes nos agobia.
            3.- Habida consideración de los aspectos señalados en los particulares anteriores, creemos indispensable analizar las razones expuestas como fundamento de  la iniciativa para la convocatoria de la Asamblea Nacional Constituyente, creemos que las mismas no ameritan la instancia de una Asamblea de tal naturaleza que supone la transformación del Estado mediante la elaboración de un nuevo texto constitucional, más bien por el contrario, podrían servir de base para la elaboración de políticas públicas consensuadas por el ejecutivo nacional, sin necesidad de modificar la Constitución vigente.
            4.- Por último, condenamos enfáticamente toda manifestación de intolerancia y violencia, vandalismo y terrorismo, vengan del sector que vengan, pero en el entendido de que es el Estado el que tiene la mayor responsabilidad por tener el monopolio de las armas, del poder público y la obligación de llamar a la  concordia en forma sincera y dando demostraciones concretas y palpables orientadas a generar la confianza indispensable para el logro de esos fines.
            Calabozo, 30 de mayo de 2017.-


miércoles, 5 de abril de 2017

SEMBLANZA DE JOSÉ RAFAEL VISO RODRÍGUEZ (03-07-1885 / 31-01-1968) PRIMER CRONISTA DE CALABOZO Por Luis Rafael Viso Corso

Tuve la suerte y el infortunio a un tiempo de ser su nieto. De haber disfrutado maravillosamente sus últimos 7 años de vida y de haber sufrido su desmedida severidad antes de eso. Mi abuelo se movía en los extremos. Era estricto, disciplinado, perseverante, de carácter recio, austero y exigente (consigo mismo y con todo el mundo) e ignorante del miedo, del odio y de la codicia. Pero era justamente ese rigor llevado a una rigidez insólita, lo que trocaba sus virtudes en problemas y hasta en calamidades para él mismo y para los demás. Fue tremendo con sus hijos, menos con la menor, a quien consintió más allá de lo imaginable. Al lado de eso había un bromista con un afilado sentido del humor. No escribiré una hagiografía de mi abuelo porque no está en mi estilo ni él mismo lo hubiera permitido. La vanidad no entraba en su espíritu porque suele estar asociada a la ignorancia. Su camino fue saber, conocer, ir a lo profundo de las cosas, y así, basado en la formación recibida en su casa y la de sus maestros, construyó una personalidad de sólidos e indiscutibles principios que aplicaba con honestidad en todas las circunstancias. El carácter recio llevado al grado máximo, acompañado de ese rigor tan suyo y de la ausencia de miedo, lo llevaron a la violencia en su juventud, cuando participó en aquellas guerrillas que asolaban Venezuela a caballo de los siglos XIX y XX. En circunstancias diferentes a lo largo de su vida también se impuso decididamente con la acción y con los argumentos sin demasiadas contemplaciones hacia los otros. No deja de ser un milagro que haya vivido casi 83 años. La palabra, por ejemplo, tenía para él más valor que cualquier documento escrito y notariado. Si una persona la comprometía, eso era y eso se esperaba de ella y no otra cosa. Faltar significaba meterse en un problema de fondo con él. En el curso de mi vida esa enseñanza ha probado ser una de sus mejores; ciertamente mejor que las matemáticas, que intentó inyectarme a mí y a otros nietos sin ningún sentido pedagógico y con alguna pésima consecuencia. En su andadura, siendo muy joven, se tropezó con la cultura. Poco antes de morir seguía recitando algunos versos de La Divina Comedia de Dante Alighieri en el italiano original, versos aprendidos en sus lecturas cuando era un púber. Frecuentemente recuerdo algunos en su boca fina, por encima de un mentón bien delineado y por debajo de su imponente nariz aguileña, de sus pómulos salientes, de sus ojos marrones oscuros, grandes y penetrantes, de sus cejas pobladísimas, ya blancas, de sus orejas importantes y de toda su llamativa cabeza igualmente nevada, dentro de la que bullía continuamente su compleja personalidad. Tenía el rostro, el cuello, los brazos y las piernas muy bronceados por el sol de la sabana, el tórax delgado y la espalda siempre recta. Según la ocasión, usaba uno de dos bastones: el de palo de guayabo, con sus nudos o el de madera lisa y pulida, coronado por una empuñadura de plata con las iniciales RV, regalo de su primo Roberto Vargas. Sus manos y sus pies eran finos y pequeños, más si se comparaban con su buena estatura. En conjunto lucía un aspecto apostólico. Se sentía que de ese hombre manaba autoridad, temple y coherencia. El poeta Andrés Eloy Blanco lo describió así en su soneto “Llano Alto”, cerca de 1930**: “Rezago audaz de moro y castellano, cenceño, retostado, alto y derecho, con el ojo retinto y africano del Caballero de la mano al Pecho. Seco ademán en la crispada mano que efunde un vago aroma de barbecho resumen vertical, palma del Llano, de florida cabeza y tronco estrecho. Tiene un abuelo que hizo leyes; tiene cierta angustia que al alma se le viene desde un hondo paisaje sin caminos y al cruzar la llanura sollozante la mano audaz refrena a Rocinante y el ojo en marcha busca los molinos”. Aprendió a leer el francés, en el colegio de los salesianos de Sarría en Caracas, y siguió leyendo en francés toda la vida. No pudo seguir sus estudios por causa de la fiebre amarilla, que en el último minuto le concedió la vida dejándolo en ruinosas condiciones que requirieron tiempo para normalizarse. Se enamoró de los libros, especialmente de los de historia, y fue un autodidacta. No dejó de leer nunca ni en las más apartadas soledades del llano, cuando comerciaba o trabajaba en la ganadería. Interrogó mucho a los testigos más cercanos que pudo encontrar sobre la guerra de independencia: algún que otro hijo muy viejo y algunos nietos de quienes la habían hecho. Así fue formándose un criterio propio y original de aquella debacle. La suya fue una versión muy diferente de la consignada en los libros de su época y aun de la mía y, ciertamente, distinta de la historia oficial. Supo distanciarse de hechos y personajes para armar su tesis personal sobre lo sucedido, por qué, cómo y quienes habían hecho las cosas. Eso sí, perdía la objetividad cuando aparecía Páez cabalgando raudo sobre la sabana. Siempre he pensado que mi abuelo creyó haberlo inventado. Su pecado imperdonable fue no haber escrito cuanto sabía y todo lo que pensaba, especialmente porque su memoria paquidérmica y su inteligencia asociativa hacían una combinación feliz que habría podido expresarse en al menos un libro, un ensayo histórico de calado, nunca redactado. Se dedicó a conversarlo todo con estupenda amenidad con amigos y familiares. Jorge Amado, el escritor brasileño, decía de sí mismo que en verdad él era un conversador más que un escritor. Posiblemente porque ambos fueron personas muy sociables, la cercanía de los afectos resultó ser el gran estímulo intelectual. Mi abuelo me llevó dos veces al Campo de Carabobo. Mientras yo iba leyendo la descripción de la batalla en la Autobiografía de Páez, él iba explicándome por dónde habían entrado o salido tales tropas, tales patriotas o tales realistas, los detalles del lugar y del tiempo. Y el automóvil, conducido por un chofer, rodaba despacito para no perder palabra de aquella reconstrucción electrizante, protagonizada y escrita por su inventado y revivida por mi abuelo minuciosamente. Ciertamente él lo habría dado todo por haber actuado allí en 1821. Por su discurso en ocasión de la inauguración del puente Pedro Aldao, fue elegido Individuo Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia en la reunión del 6 de noviembre de 1952 Inmediatamente después de su larga familia, su gran amor fue Calabozo. Sabía qué había debajo de cada piedra. Sabía dónde vivía cada familiar y cada amigo. A varios de sus nietos nos llevó a conocer a la numerosa parentela calaboceña. Tenía especial empeño en que nos relacionáramos, como si albergara el temor del distanciamiento natural que vendría con los años. Era también la necesidad de que bebiéramos al menos un poco de la misma ambrosía que lo alimentó a él, para evitar que perdiéramos el sentido de nuestro origen familiar, de nuestras peculiaridades, gustos y tradiciones. Hoy varios de sus nietos recurrentemente hablamos de Calabozo, de nuestras raíces, de nuestros ancestros. Sintió una dicha infinita, casi infantil, cuando en 1965 conoció su designación como primer Cronista de Calabozo. No hubo nadie que se quedara sin saberlo por su propia boca. También porque a partir de ese momento dispuso de un nuevo e importante motivo para ir más a Calabozo (además de los muchos que solía inventar). Volver era encontrarse nuevamente con el gentío que amaba. Sabía la historia de su Villa como pocos. Se regodeaba en el conocimiento de lo importante así como de los pormenores. Era su universo histórico, anecdótico y afectivo y sé que habría querido morir allá. Los años lo ablandaron y algunas de las contradicciones inevitables de su carácter le ganaron terreno. Cesó casi completamente la severidad, que derivó en una inusitada tolerancia y en una gran expresión de amor hacia sus nietos. A algunos nos decía que éramos la idolatrada o el más querido. La muerte de mi abuela Blanca Pittaluga lo conmocionó. No fue nada más por los 57 años de matrimonio y la sorpresa, sino porque vio muy de cerca la suya propia, que tenía unos 15 años anunciando frecuentemente. Escribió a mano varias páginas melancólicas. Se sintió solo y hasta marginado porque no lo visitaban cuando él pensaba que debían hacerlo. Sus reclamos terminaron siendo lamentos de una gran tristeza. En varias ocasiones fui a visitarlo a la clínica durante su agonía. En una de esas llegué cuando las enfermeras habían vuelto a enchufarle todas las agujas que un rato antes él se había arrancado con rabia porque deseaba morir de una vez. Yo acerqué en silencio mi rostro al suyo creyendo que dormía. Él me sintió, abrió los ojos, me disparó una cachetada y soltó la carcajada. Fue nuestro último encuentro. Poco después dejaron de arderle las narices de tanto respirar. Mi abuelo está presente en mi mente todos los días de mi vida. Agradezco la colaboración de mi tía María Viso Pittaluga y de su hija, mi prima Ligia Benavides Viso, así como de mis primos Rolando y Javier Rodríguez Viso y de Aquiles y Ramón Viso Llamozas. Y, naturalmente, gracias a mi primo Luis Eduardo Viso González, quien me invitó a escribir esta semblanza. 
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** Ediciones Edime-Editorial Mediterráneo. Caracas-Madrid, 1977. Impreso en España.



                                    Fotos de  Don José Rafael Viso Rodríguez, en sus años mozo